Pedro Sánchez

Subasta de ministerios

Desde hace semanas, ronda por las redacciones de los medios la sospecha –basada en hechos reales– de que Pedro Sánchez medita realizar cambios en el Gobierno.

Una de las tareas más importante y más difícil para un líder –también en política– es la de conformar su equipo de trabajo. Por muy brillante y certero que sea el máximo responsable, es imposible que la gestión encomendada tenga éxito si no la realiza un grupo de personas bien compenetradas y dispuestas a poner todo su talento y su esfuerzo en el empeño.

Desde hace semanas, ronda por las redacciones de los medios la sospecha –basada en hechos reales– de que Pedro Sánchez medita realizar cambios en el Gobierno. Y son, precisamente, altos cargos que merodean al presidente quienes hacen circular la especie. Nadie, tampoco los filtradores de esos rumores, está libre de intereses personales cuando los cargos ministeriales salen a subasta.

En esta primera mitad del año ha cuajado la sensación –también basada en hechos reales– de que determinados ministerios ni están ni se los espera. Este Gobierno inició su mandato en enero de 2020, cuando nadie podía imaginar que estábamos a punto de sufrir una doble calamidad, sanitaria y económica. Es, además, un ejecutivo de coalición y, como consecuencia, un experimento político que provoca digestiones complejas. Que haya 23 ministerios, con cuatro vicepresidencias, lejos facilitar el reparto del poder efectivo, lo ha concentrado en el presidente, cuya figura lo es todo, así en lo bueno como en lo malo. Y, salvo un puñado de ministros con mando en plaza y relevancia política, los demás están, pero no son.

Con el paso del tiempo, a todo gobierno le llega el momento del cambio. Todos los presidentes suelen «vendernos» que con las novedades se pretende dar un impulso político para conseguir los objetivos planteados y consolidar las perspectivas electorales. A veces ocurre. A veces, no.

En 2018, cuando Pedro Sánchez ganó la moción de censura y alcanzó el poder, sus creadores de contenidos calificaron aquel Consejo de Ministros como el «gobierno bonito». A los seis días dimitió un ministro. Pocas semanas después, otro. Y se produjo algún escándalo más que pudo acabar de la misma forma, de no ser porque el presidente se negó a aceptar más dimisiones. Los cambios en el Gobierno, con gaseosa.