Mascarillas
Algarabía epidémica
Que las vacunas no son todo es ya evidente. Pero qué ha de ser lo demás no lo sabemos con certeza
Lo de los centenares de estudiantes contagiados por el covid-19 en Mallorca, más allá de que su comportamiento cívico haya dejado mucho que desear, no es sino un signo más de la algarabía en la que ha derivado la gestión epidémica en España. Esta no es sino confusión, galimatías, lío, barullo en cuanto a las acciones impulsadas por el Gobierno y secundadas –aun cuando no siempre– por las Comunidades Autónomas, así como en lo referente a las conductas de algunos segmentos de la ciudadanía –entre los que sobresalen por su imprudencia los más jóvenes– seguramente inducidos por la fatiga que produce ver cómo, parsimoniosamente, pasan los días sin que la epidemia se acabe.
De todo ello, lo que más me importa es lo referente a las políticas y, sobre todo, a la incertidumbre sobre sus resultados. En esto, está claro que se han estado dando palos de ciego, haciendo unas cosas en un sitio y las contrarias en otro, sin que quepa verificar su grado de acierto, sencillamente porque los poderes públicos no han sido capaces de impulsar una evaluación sistemática de su actuación. Y se desenvuelven más bien de manera intuitiva, aunque cabe presumir que el ojo de buen cubero no sirve para nada, sencillamente porque carecemos de experiencia previa en procesos epidémicos de la dimensión del que estamos afrontando.
Pero lo peor no es eso, sino que, sobre todo desde Moncloa, se transmiten mensajes que carecen de cualquier verificación fáctica. Por ejemplo, nos dicen que al llegar a un 70 por ciento de vacunación en la población, el problema se extinguirá por sí solo. Pero resulta que si observamos el avance hacia ese objetivo en nuestro país, comprobamos que la relación directa entre vacunas y menores contagios se ha ido atenuando hasta convertirse en inversa desde hace dos semanas. Que las vacunas no son todo es ya evidente. Pero qué ha de ser lo demás no lo sabemos con certeza. Lo malo es que esto último, como ha pasado con las mascarillas, se está desmontando aceleradamente. Por eso, más valdría ser cautelosos que lanzarse a una algarabía sin freno.
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