Guerra en Afganistán

Aprender en Afganistán

«Aprendamos de esta tragedia, como mínimo, las limitaciones de las democracias para imponer el orden liberal con las armas»

Ángel Tafala

Hace unas semanas, mi compañero de armas y pluma, el General Alejandre, expuso aquí el considerable esfuerzo militar que España ha realizado en Afganistán a lo largo de 18 años. Pretendo ofrecer ahora una opinión complementaria desde un punto de vista más general – estratégico y aliado – sobre lo sucedido allí que ayude a que todos podamos aprender de tan trágica empresa. La OTAN suele confeccionar al final de sus operaciones y ejercicios importantes unos análisis denominados «Lecciones aprendidas» donde identifica las conclusiones obtenidas en los distintos campos tácticos, logísticos y estratégicos. Por las razones que expondré a continuación, no creo que veamos en el caso de Afganistán ningún análisis a nivel estratégico, aunque procedimientos anti terroristas y de generación de fuerzas – entre otras materias – sí que llevan años siendo incorporados a nuestra doctrina común.

Para el lector que no haya seguido lo sucedido en Afganistán con detenimiento, haré una breve mención a las tres Operaciones principales que se han sucedido en el largo intervalo que va entre el despliegue inicial y la retirada que esta a punto de consumarse ahora. La Operación «Enduring Freedom-A» (2001-2014) planeó la invasión de Afganistán y el derribo del régimen talibán tras los ataques de Al Qaeda a Nueva York y Washington siendo ejecutada, básicamente, por fuerzas norteamericanas y británicas; logró sus objetivos en un par de meses, aunque posteriormente se mantuvo hasta el 2014, eso sí, separada de la cadena de mando y operaciones de la OTAN.

La Alianza Atlántica ha realizado dos operaciones sucesivas: ISAF y la Resolute Support (RS). La primera duró 10 años y medio (11.08.2003-31.12.2014) y la RS unos 5 y medio (2015-2021). La OTAN se hizo cargo de la ISAF inicial que era una operación de Naciones Unidas que solo duro un año y medio y que tenía unos objetivos muy limitados, centrados en Kabul. Cuando la Alianza asumió el mando se fijó la misión –nada menos– en la asistencia militar a la reconstrucción del país completo, tanto en sus estructuras físicas (carreteras, aeropuertos, agricultura, etc) como en su organización gubernamental, incluido el ejercito y la policía. Estos mas de diez años de «reconstrucción» no se desarrollaron en un ambiente pacífico sino sufriendo continuos ataques talibanes que con el tiempo fueron creciendo en intensidad por lo que ISAF fue técnicamente una operación de combate en contraste con su sucesora, la RS, que se centro, «solo», en adiestrar al ejército y policía afgana para que pudieran algún día hacerse cargo de la lucha contra los talibanes. Es decir que con la RS empezaba en cierto modo la preparación para la retirada aliada. Los talibanes, naturalmente, no captaron este matiz y siguieron atacando a los efectivos OTAN aunque la menor exposición de esta nueva fase redujo las bajas propias. También la RS se ha acabado al ordenar Trump en una de sus últimas decisiones una fecha – utópica – para la retirada norteamericana; lo que fue confirmado por el nuevo Presidente Biden si bien aceptando una ligera demora. Sin los norteamericanos, la OTAN evidentemente se iba a retirar también de suelo afgano.

Ni la constitución de un ejército con moral de combate (RS), ni mucho menos la reconstrucción de un país (ISAF) son meras cuestiones técnicas. Estas difíciles tareas requieren que haya un gobierno local eficaz e íntegro, que no existan odios étnicos atávicos y que la corrupción no sea rampante entre otros factores morales y técnicos. En la OTAN te enseñan que una operación tiene éxito cuando logra cumplimentar la misión. En Afganistán, los aliados no hemos tenido una misión sino dos ¿cómo se puede conseguir el triunfo cuando la misión ha variado? Y ambas –reconstrucción y adiestramiento– eran prácticamente imposibles de conseguir sin una colaboración significativa de los agentes locales –gobierno, población, grupos étnicos, etc.– en los tiempos disponibles. Así lo reconocieron distintas autoridades militares norteamericanas en unos documentos reservados que el Washington Post reveló a finales del 2019; que no se podía ganar la guerra. Y hablando de tiempos: 16 años (10,5 ISAF+5,5RS) quizás parezcan demasiado a unos políticos occidentales cuyo puesto depende de un cansado electorado harto de guerras «inacabables». Pero es muy poco para transportar un país de las tinieblas de la Edad Media al siglo XXI liberal.

España fue a Afganistán porque toda la OTAN lo hizo. Y la Alianza desplegó allí para ayudar a la Nación líder herida grave y alevosamente en su corazón político y económico. Las dudas sobre la invasión de Irak no se trasladaron a Afganistán, que parecía la guerra justificada; pero las misiones que se asignaron a la OTAN no eran factibles. Estas misiones no se centraban en derrotar a los talibanes sino en reconstruir un país y luego dotar de moral a un ejército afgano para que acabara con ellos. Los gobiernos democráticos deberían aprender a conocer sus limitaciones antes de imponer a sus ejércitos misiones como estas.

Es muy poco probable que podamos leer unas Lecciones Aprendidas a nivel estratégico en Afganistán redactadas por la OTAN. Tendremos que esperar pues a que la Historia escriba el epitafio de estos casi veinte años de lucha y me temo que no vamos a salir muy bien parados en él. Mientras tanto, y pese a tanto sacrificio, Afganistán camina hacia dos futuros alternativos: el triunfo de los talibanes o una interminable guerra civil entre los señores de la guerra. Aprendamos de esta tragedia, como mínimo, las limitaciones de las democracias para imponer el orden liberal con las armas.