Política

Los amigos

El único compromiso decente y necesario es con la democracia

Metidos en celebraciones de despedida, con un pie en Brooklyn y otro en Madrid, una amiga a la que quiero mucho llega a la fiesta. Me afea el cambio de sitio, de rumbo. No te reconozco, viene a decir. Tampoco necesita extenderse. Sé lo qué piensan del que piensa distinto. Ese creer que al otro lo animan no las malas razones sino los malos sentimientos. Como si el contrincante ideológico fuera de peor calidad. Básicamente, un canalla. Intento explicarme. Sigo donde siempre. Con los humillados. Nunca con los que humillan. Pero viajé, leí y escuché a otros. Fuera del paisaje liberal sólo hay bestias de camisa negra y ademanes románticos, bueyes historicistas, con todo su yugo de muertos y su retórica salvapatrias. Normal que ayer, en ABC, el profesor Félix Ovejero sentenciara que en España la izquierda ha desaparecido. Fue seducida por los partidarios de atomizar la comunidad política. Enferma de superioridad moral, cayó hipnotizada por los relatos respecto a la Guerra Civil y el franquismo, deshechos en mentiras, de los nacionalistas. Ya saben, que la guerra fue de España contra Cataluña, que existe una continuidad entre el franquismo y la democracia, etc. Son muchos los que permanecen fieles a los mitos adolescentes. El hombre que envejece sin discutir consigo mismo es un hombre menguante. Alguien que no crece hacia dentro, hasta convertirse en legionario de unas certezas que todavía defiende porque teme ponerse a prueba. La fiesta agonizaba. Los músicos apuraron las últimas sambas. Bostezaban los niños con la tripa llena de caramelos. Mi amiga estaba a punto de irse. Quise cogerle del brazo. Gritarle que no entendió nada. Que el único compromiso decente y necesario es con la democracia. Pero me abstuve. Nos despedimos con un abrazo duro, desesperanzado y melancólico, aguantando las lágrimas. Te quiero mucho, cuídate, etc. Y es así, gota a gota, que uno va quedándose un poco más solo. Compensa porque necesito amanecer frente al espejo cada día sin morirme de la vergüenza, porque mi patrimonio es mi firma, y porque soy periodista, porque no quiero doblegar los principios al cariño de los amigos, por mucho que lo necesite. Pero duele de cojones.