Sanidad

Violencia obstétrica

Pretenden que el intento de minimizar las secuelas del virus o proteger a los bebés, cuando se desconocía todo del virus, era también «violencia obstétrica»

Hay una línea sutil entre la vehemencia y la estupidez, y la ideología se empeña en rebasarla. Un sector del feminismo ultramontano ha definido como «violencia obstétrica» ciertas prácticas del parto, como la episiotomía no consentida o la colocación de la mujer en posturas inusuales. Las mismas autoras condenan el tono paternalista o autoritario hacia las pacientes. Siempre he dicho que la eliminación del sufrimiento al parir (con la anestesia epidural) se hubiese producido antes de haber sido el varón el encargado de dar a luz. Es sorprendente que sólo a partir de mi generación, al menos en España, se haya extendido esta práctica y que generaciones de mujeres hayan tenido que apretar dientes y puños, mientras la anestesia se sofisticaba en otras operaciones. Pero de ahí a acusar a los ginecólogos de violencia hay un salto. Como todo proceso quirúrgico, el parto exige reacciones sobre la marcha. Se recurre al corte perineal cuando los tejidos pueden rasgarse, cosa que es mucho peor para la mujer, y se cambian las posturas o se aprieta sobre el vientre de la embarazada cuando se determina que es necesario. Ni las matronas ni las enfermeras disfrutan subiéndose encima de la paciente. Es cierto que a veces se usa un tono maternal para hablarnos, pero he percibido que se intenta con ello consolar en el laborioso trabajo de parir. Estoy segura de que improvisaciones quirúrgicas existen en todos los campos, porque son imprescindibles. Desde una apendicitis de urgencias hasta una intervención de colon. Elevar a rango de sospecha contra el personal sanitario la imposibilidad de controlarlo todo en las intervenciones no parece razonable.

Las mismas autoras (no quiero hacer escarnio poniendo sus nombres) denuncian que, durante el covid, se multiplicaron las cesáreas programadas de las enfermas contagiadas o se les impidió dar de mamar. Pretenden que el intento de minimizar las secuelas del virus o proteger a los bebés, cuando se desconocía todo del virus, era también «violencia obstétrica». Necias, las autoras. Escaso favor nos hacen a las mujeres que reclamamos atención a la especificidad de las mujeres. Criminalizar a la profesión médica no es el camino.