Ada Colau
Nuevas masculinidades, políticas nuevas
Los proyectos de reeducación antropológica a cargo de instituciones estatales no son nuevos.
La alcaldía de Barcelona se dispone a crear, como a estas alturas ya debemos de saber todos, un Centro de Nuevas Masculinidades. Va destinado a reeducar a los varones para instalar en el imaginario social un nuevo modelo («paradigma») que se aleje y luche contra los estereotipos que han caracterizado la muy tóxica masculinidad heterosexual. Se trata –también– de liberar a los hombres. Parece, y no es broma, que iba dirigido a los funcionarios. Luego el consistorio barcelonés, una de cuyas obsesiones es el progreso moral de la humanidad –no vamos a hacer juegos de palabras al respecto– ha decidido abrirlo a toda clase de varones, funcionarios o por libre.
Los proyectos de reeducación antropológica a cargo de instituciones estatales no son nuevos. Además de la ambición de crear un nuevo tipo de ser humano, llevan siempre aparejada la condena de aquel que se considera intolerable. En este caso, el varón al que se le atribuyen todos los rasgos del machismo arquetípico –ibérico, en particular–: violencia, insensibilidad, falta de compasión, voluntad de dominación, etc. Las terapias propuestas están a la altura de la ambición, desde el descubrimiento de zonas nuevas –o quizás no…– de placer sexual, hasta prácticas como cuidar de un huevo durante siete días –en la oficina, en el coche, en el taller o en el gimnasio, así como presentarlo en sociedad–, con objetivos que no hace falta explicar. Estamos seguros de que el lector es bastante más perspicaz que la alcaldesa y sus asesores, aunque estos, como es natural, no dejarán de ganar un buen dinero con el Centro y sus derivaciones liberadoras.
Al proyecto de tintes inquisitoriales se suma por tanto la estupidez como objetivo ideológico-cultural. En Cataluña, el mix ha sido sumamente rentable para una clase política que sigue medrando mientras la región se empobrece. Ahora bien, centrar el asunto ahí sería un error, y de hecho acciones como la de Colau y sus Nuevas Masculinidades merecen una respuesta ideológica y política seria, que todavía nadie ha empezado a dar. No sólo una burla ni una denuncia, y menos aún una denuncia de esas que suben de inmediato el registro hasta lo apocalíptico: el «comunismo», el «totalitarismo», la «dictadura» –de lo «políticamente correcto», claro está, pero también de la «ideología de género»–, etc.
También se merecen una alternativa en la que las «nuevas» realidades afectivas y familiares estén integradas en una propuesta que refuerce la sociedad, en vez de destruirla, y permita a las personas comportarse y vivir según sus inclinaciones y sus deseos sin que esa autonomía provoque aún más inseguridades y suscite, como consecuencia, más sectarismo y más intolerancia. En el orden de cosas que plantean las Nuevas Masculinidades barcelonesas, la revolución ya está hecha: arrancó hace sesenta años y arrasó con el mundo anterior. Hay quien quiere hacernos entender que no es así, y pretende seguir rentabilizando esa fantasía, aunque sea mediante el esperpento… la parodia de la parodia. Los demás deberían sacar de una vez las consecuencias de lo ocurrido y, sin estridencias ni salidas de tono, actuar como se espera de ellos.
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