Deberes de verano: la reeducación de los hombres
El centro de nuevas masculinidades impulsado por Ada Colau aspira a borrar la imagen «dañina» dada por el patriarcado mientras los expertos dudan de la funcionalidad y objetividad de esta medida
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Barcelona contará desde octubre con un Centro de Nuevas Masculinidades, cuya creación enmarca Colau en el conjunto de nuevas acciones del consistorio como respuesta a los discursos de odio y a las agresiones machistas y homófobas que «es evidente» están vinculadas «a un modelo patriarcal». Y, como esto es así, se pretende «una revisión de la masculinidad que tanto daño nos ha hecho como sociedad». Es decir: el problema se soluciona reeducando a los hombres porque ellos son el problema. Imposible obtener del Ayuntamiento de Barcelona información alguna, llamada tras llamada, más allá de la rueda de Prensa ofrecida por la alcaldesa y por Laura Pérez, cuarta teniente de alcalde de Derechos Sociales, Justicia Global, Feminismos y LGTBI, en la que se presentó el proyecto. Y de este párrafo, tan clarificador: «El Ayuntamiento quiere iniciar un conjunto de proyectos y programas para potenciar el trabajo de las masculinidades y fomentar e incorporar la participación de la población masculina para construir una ciudad más justa y equitativa para todos. La creación del Centro de Nuevas Masculinidades nace con la voluntad de promover y difundir modelos de masculinidades positivos, abiertos, plurales y heterogéneos, alejados de formas relacionales desiguales e injustas. El centro nace con la voluntad de convertirse en un espacio formativo de referencia para los hombres de la ciudad y devenir en un espacio abierto a la ciudadanía donde trabajar aspectos relacionados con la masculinidad y el fomento de relaciones equitativas, justas e igualitarias en la ciudad, promocionando redes de participación entre la población masculina».
Ahí es nada. Se desprende del texto que la mayor parte de los modelos son negativos, pues urge promover y difundir los positivos, abiertos y plurales, que intuimos escasos e inusitados. También aquellos que se alejan de las formas de relacionarse desiguales y violentas. Y si resulta necesario fomentarlas suponemos que es porque lo extraño es que se haga en igualdad y sin violencia. Suponemos también, claro, que las mujeres no son responsables de ellas, solo los hombres, si no necesitan estas de centros especiales y específicos. La aspiración a que la población masculina participe de la construcción de una ciudad más justa y equitativa sugeriría que hasta ahora, o bien no ha participado, lo que no encajaría con las protestas feministas de la ocupación de la esfera pública por parte del hombre, invisibilizándolas, o lo ha hecho de la manera errónea, fomentando lo contrario, injusticia y desigualdad todo este tiempo. Todo mal.
Nada, sin embargo, sobre los expertos o especialistas con los que se ha contado para asesorar, diseñar y desarrollar el proyecto, ni sobre las líneas de acción. Ni sobre la programación, la temática de los talleres y clases que se impartirán, o sobre las actividades previstas o el personal docente. Ni acerca de los objetivos o el presupuesto. Nada. «Me preocupa el planteamiento y la funcionalidad de lo que propone Colau», comenta Loola Pérez, sexóloga, filósofa y autora del libro «Maldita feminista». «¿Qué objetividad manejan para definir o medir una masculinidad tóxica?», se pregunta.
«Existen instrumentos para medirlo, por supuesto. Pero también hay feminidades tóxicas, y aquí no parece contemplarse. En el marco de algunas tendencias actuales en el movimiento feminista, por ejemplo, el simple hecho de estar en desacuerdo con algunas de las posturas del feminismo hegemónico es utilizado para catalogar de ‘’machista’', ‘’explotador’' o ‘’proxeneta’'. ¿Se va a considerar esto como un tipo de masculinidad tóxica? Existe una gran confusión entre la libertad de pensamiento y de palabra y la presunción de machismo».
«Se yerra al considerar la masculinidad como algo tóxico, patológico», añade Cuca Casado, coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico». «Lo que en definitiva hacen al dictaminar que la masculinidad es tóxica es asociar criminalidad a masculinidad. Así, el discurso consiste en deshumanizar al hombre y convertirlo en la representación de todo lo malo, no de lo que está mal independientemente del autor. Equiparan hombre con masculinidad, y ésta con machismo y, por tanto, con toxicidad. Ahí reside el problema, se confunden conceptos. La masculinidad es una amalgama de características biológicas, instintos evolutivos y valores sociales que cada hombre experimenta de una forma particular. La masculinidad se estructura y expresa a través de otros ejes de identidad, como la clase, la raza, la etnia, la edad y la sexualidad».
«Decir que la masculinidad ha sido tóxica para las sociedades demuestra un desconocimiento absoluto de la Historia». Quien habla ahora es Gari Durán, columnista e historiadora. «A lo largo de los tiempos», añade, «el hombre y la mujer han colaborado para un fin común, que era la subsistencia. Y cada uno desempeñaba el rol que se adecuaba más a sus capacidades para conseguir los objetivos: ellos abastecían y defendían, ellas cuidaban y preservaban la especie. Luego se han elaborado distintas reglas y ritos, pero eso se ha ido manteniendo prácticamente hasta nuestros días. Las sociedades han evolucionado y esas necesidades y objetivos han ido cambiando, como los papeles de ambos. De manera natural se establecía esta colaboración y se realizaban conquistas sociales sin pedir permiso para ello. Ahora se están revisando esos papeles desempeñados desde la situación y sensibilidad actual de manera revanchista», apunta. «Sin una base y sin un contraste evidente no se puede definir la masculinidad en términos de toxicidad o no», interviene Casado. «La masculinidad no es tóxica, no hay que deconstruirla, pues ni todos los rasgos masculinos lo son inherentemente ni todos los etiquetados como tóxicos son siempre problemáticos». Loola Pérez añade: «Imponer que los hombres deben contemplarse a sí mismos como referentes de una masculinidad tóxica y disfuncional es una forma de socavar su identidad».
Mar Márquez, sexóloga, lo tiene claro: «La creación de ese centro es una respuesta más al doloroso anhelo de la buena convivencia entre los sexos. Y aquí es donde subyace la dificultad de materializar el asunto en la agenda política: ¿cuál es la buena convivencia?». «Durante todos estos siglos», apunta Durán, «teníamos un fin común y colaborábamos para conseguirlo, pero ahora parece que por primera vez, en ese sentido, estamos involucionando, enfrentándonos y señalándonos. Mi sensación es la de estar retrocediendo, perdiendo incluso conquistas que logramos hasta ahora». Y prosigue Márquez: «Hemos aterrizado en el siglo XXI con un acercamiento al fenómeno de la convivencia entre los sexos desde la idea de la guerra. Andamos organizándonos desde nociones bélicas, lógicas de poder e ideas de peligro en las que la educación ha cobrado un tinte punitivista de correccional del que parece dificil escapar. Los sexos se atraen y porque se atraen desean convivir. Y la convivencia es un baile de maneras de ser para entendemos de manera razonable».