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Ya no es como antes

Ya no es como antes, ya tristemente nada es como antes, y esta es una generalización aplicable a todo. Por ejemplo, se acabaron los Juegos Olímpicos de Tokio sin pena ni gloria. Otros años nos dejaban buen sabor de boca por diversas razones: por la brillantez de su inauguración, por la brillantez de nuestros atletas o por el brillante seguimiento de los medios. Recuerdo ahora los de Atlanta, en 1996, en que el gran Cassius Clay fue el encargado de prender el pebetero, el portador de la llama que anunciaba el inicio de las tan esperadas Olimpiadas.

Se veía ya bastante afectado por su enfermedad, el parkinson, pero aquel año en que para mi persona todo fueron alegrías y felicidad por muchas y muy diversas razones, los Juegos los seguí con entusiasmo, con impaciencia y hasta con angustia por el atentado perpetrado en el que, milagrosamente, sólo fallecieron dos personas: una por un clavo de metralla que le penetró en el cráneo y otro por un infarto del susto que le produjo la deflagración.

He de reconocer que una de las muchas herencias que me dejó mi padre es la afición al boxeo, a los toros, a la música dodecafónica -que nunca llegué a entender-, y a cultivar las manías como si fueran bellas artes. Por esa afición al boxeo –que mi consorte descubrió recientemente quedándose atónito-, para mí supuso un hito la participación de Cassius Clay en aquella apertura.

Papá se fue hace justo treinta y siete años, pero mi orfandad quedó repleta de tesoros intangibles y una capacidad ilimitada para ser fuerte en la resistencia, aunque no tanto en la ofensiva. Me queda la satisfacción de que el día antes de su marcha yo conseguía mi primer trabajo remunerado, después de una larga temporada como becaria. El periodismo es una profesión que la gente considera diferente y hasta canalla, pero se idealiza en exceso. Dicen que este oficio precipita a quienes lo ejercemos hacia las tres Ds: dipsomanía, depresión y divorcio. Yo creo que este principio me lo he saltado a la torera, aunque no del todo, y trato de sobrellevarlo de la mejor manera posible –aun soportando injusticias, odios y revanchas políticas-, tratando de no ser más que un vehículo de transmisión de opiniones, poniendo siempre ese punto de humor a pesar de las indignaciones que cada semana nos asolan por el momento político que estamos atravesando.

Un gran columnista paisano mío, ahora en mudanza de medios, transmitía hace no mucho un mensaje de optimismo diciendo, sobre poco más o menos y resumiendo, que España es tan fuerte que además de soportarnos a los españoles, aguantará también el tirón del sanchismo, resurgiendo más tarde y por enésima vez de unas cenizas tan altas como el Everest, pero cenizas al fin y al cabo que un poco de viento de Tramuntana las llevará tan lejos y tan alto que llegarán a sobrepasar la estratosfera.

Lograremos también que el español vuelva a ser un idioma utilizado a la perfección, y hasta incluso que las máquinas hablen correctamente porque la Real Academia Española se ha propuesto que la Inteligencia Artificial así lo haga y, para eso, cuando se logre, aspira a dar certificados de calidad a las tecnológicas cuando los robots empleen nuestra lengua como lo hace un humano. Digo yo que se referirá a un “humano” de los de antes.

¿Por qué no hace lo mismo con la basura que nos gobierna y tolera los atentados que perpetra contra la lengua? CODA. Todavía es verano y el blanco de los dientes tiene que destacar sobre el bronceado de la piel. Que las sonrisas no escaseen y que siga la fiesta y el engorde para quienes todavía pueden permitírselo. No debemos escatimar el buen humor y los buenos gestos, aunque bien sabemos todos que no siempre es fácil rumbear con ganas