Economía
Keynes y España
España tenía un instrumento perfecto para decidir qué nivel de cotización le interesaba: el oro acumulado en el Banco de España
Uno de los economistas más serios fue Keynes, quien aconsejó en temas que afectaron a España, no sólo individualmente, sino también en vinculación con la que fuera, primero su amante y, después, su esposa, la bailarina rusa, residente en Inglaterra, Lidia Lopokova, persona clave a partir de la etapa keynesiana inicial, dentro del llamado grupo de Bloonsbury.
Gracias al apoyo, incluso económico, de Keynes, Lopokova tuvo un progreso artístico considerable, que acabó convirtiéndose en un notable atractivo londinense. La noticia de su existencia llegó al rey Alfonso XIII, quien, en viaje oficial a Inglaterra, en 1924, decidió asistir a alguna de sus actuaciones. Satisfecha, por ello, aceptó actuar en una de las concretas peticiones de baile señaladas por Alfonso XIII. El 27 de mayo de 1924, tuvo lugar una lujosa cena celebrada en honor del visitante español. A ella asistió el Primer Ministro británico Lloyd George, el dirigente conservador Baldwin, el arzobispo de Canterbury y, también, John Maynard Keynes, llevando el emblema de la Orden del Baño, otorgada por sus servicios al Tesoro británico y al conjunto de la economía del país, durante la I Guerra Mundial. Era el momento en que se había difundido una obra keynesiana con enorme tirada, titulada The economic consequences of the peace (Macmillan, 1919). Es lógico pensar que Alfonso XIII hubo sido informado de la importancia de esta obra, y la leyó. Eso explica este párrafo de la obra de Zachary D. Carter, El precio de la paz. Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes (Planeta, 2021): «El rey Alfonso le había asegurado a Keynes que, de entre todos, él era la persona de Londres con la que más deseaba hablar y que leía sus libros con la mayor atención». En España existía una obra de Bernis, inspirada en el título de la de Keynes: Consecuencias económicas de la guerra. Historia y enseñanzas de los hechos, desde 1914, (1923). Este profesor había pasado, de mano de Cambó, a ocupar un puesto clave en la política bancaria española, y esa obra seguro interesó a Alfonso XIII, precisamente por sus referencias a Keynes.
Tras este viaje de Alfonso XIII, se observó un cambio radical en la cotización de la peseta. Se consideró por los políticos, por los expertos –incluido Flores de Lemus–, y por los comentaristas de temas económicos, que esa devaluación tenía que eliminarse e incluso, que era necesario pasase a insertarse en el patrón oro. Por ello, siendo ministro de Hacienda Calvo Sotelo, se decidió, por Orden Ministerial del 9 de enero de 1929, que una Comisión dictaminase qué debía practicarse para mantener alta la cotización de la peseta. Y fue entonces cuando Lidia Lopokova, que siempre consideraba con entusiasmo el bailar en España, decidió volver, pero ahora acompañada con el que aún entonces era su amante, Maynard. Aquí ambos se reunieron con dos economistas. Uno fue Olariaga, quien había dado multitud de datos a Keynes sobre la marcha de la famosa Conferencia de Génova, cuando éste llegó de modo absolutamente privado para enterarse de lo debatido. Pero, Maynard y Lidia también comieron juntamente con el economista Bermúdez Cañete. Naturalmente, el tema de la devaluación de la peseta salió en las conversaciones y ambos economistas españoles nos han mostrado el asombro de Keynes porque hubiese preocupación por esa caída de la cotización, pues eso se ligaba con una mayor competencia internacional de nuestras exportaciones, lo que aliviaba cualquier caída coyuntural. Tanto Olariaga, en El Sol, como Bermúdez Cañete, en El Debate, dieron cuenta de esta noticia, y de lo señalado por Keynes acerca del riesgo de que la caída de la peseta hiciese que las importaciones fuesen muy caras, originando tensiones inflacionistas. Mas, España tenía un instrumento perfecto para decidir qué nivel de cotización le interesaba: el oro acumulado en el Banco de España. Su salida al exterior, en caso de excesiva caída de la peseta, generaría cotizaciones adecuadas y Keynes señaló que ese oro no era un cuadro del Museo de El Prado, que de ninguna manera podía venderse a otro país. Esta tesis de Keynes, en cuanto Olariaga la publicó, generó una reacción inmediata en un periódico ligado al Conde de Romanones, en el que se decía: «¡Ahí tenemos, de nuevo, a otro corsario inglés que nos quiere arrebatar nuestro oro!». Keynes volvió a ocuparse de España durante nuestra Guerra Civil; pero ya no he encontrado ninguna otra referencia directa de Keynes sobre España.
A partir de la creación de la Sección de Economía del Instituto de Estudios Políticos, de la puesta en marcha de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, más la llegada de bibliografía, no solo inglesa y norteamericana, sino también de traducciones de México, los mensajes keynesianos se situaron en primerísima. Desde entonces, hasta ahora mismo.
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