Pablo Iglesias

Venga a regalar votos

Yerra Iglesias en su comentario pretendidamente sentenciador

Escribía Pablo Iglesias ayer en tuiter, que es donde al parecer los políticos plasman ahora los pensamientos que han de ser evacuados con urgencia, que los aplausos al Rey y los abucheos a Sánchez expresaban «una obviedad», que la monarquía es un símbolo político de la derecha y la ultraderecha. «Solo genera adhesión en esa parte del país», sentenciaba. Tengo a Iglesias por un tipo inteligente. Vago, sí, pero muy hábil para sacarse brillo, culto, ingenioso, y perspicaz oteando el horizonte: matar a sus herederas directas poniendo a su izquierda en manos de Díaz lo reflejó con meridiana claridad.

Por eso me sorprendió la simpleza de ese comentario. De recorrido corto, además. Ni siquiera como brindis al electorado que se le escapa vale una simplificación tan boba, del tipo de las habituales en su pandilla de parlanchines asamblearios amigos de tirar de brocha gorda al hablar del capital, el Ejército o la Monarquía. De nada parece haberles servido estar en el Gobierno. Ayer mismo la ministra Belarra tuiteaba -también ella- contra la Corona poco antes de irse a palacio a rendir pleitesía a los Reyes. Por lo menos Garzón y Castells no acudieron a la recepción. Y la vicepresidenta Díaz, mucho más larga que todos ellos juntos, está donde tiene que estar porque se deja las imprudencias verbales en casa o para los amigos. No tuitea chorradas y se dedica a gobernar. Cosas de la madurez que no a todos adorna.

Pero a lo que iba, el comentario de Iglesias. De entrada, lo de que solo genera adhesión en la derecha se lo debía mirar. Bueno, debía mirar a su alrededor. Es posible que en el Consejo de Ministros al que hasta hace nada perteneció haya más de uno y más de dos que sean esa parte del país que aprecia y admira a la Corona.

Hay encuestas, y no pocas, que ubican la preferencia monárquica y hasta el afecto a quienes la representan mucho más allá de la derecha y la ultraderecha.

Pero no es eso lo peor, lo que hace el comentario aún más sorprendente, por simple y al mismo tiempo revelador. En realidad, lo importante es que muestra cómo ni siquiera Iglesias se libra del lastre de esta izquierda viejuna y desnortada que tantos triunfos entrega a cada paso a la extrema derecha: despreciar los símbolos de su país, empezando por la propia institución monárquica, para darle la espalda a la bandera -qué gracioso lo de los colores republicanos en el aire-, después al Ejército y finalmente al pueblo que comete la osadía facha de acudir como público a un desfile y abuchear al presidente del Gobierno.

Alguna vez creí que Iglesias, a quien antes al menos se le llenaba la boca de «patria», entendería lo que ese concepto es para muchísimos españoles, no sólo votantes de lo que él llama derecha y extrema derecha, sino también votantes y hasta dirigentes socialistas y acaso también unos cuantos votantes de su formación o de la que liderará en breve Yolanda Díaz.

Pero no. Se mantiene anclado en ese desprecio a símbolos de enorme relevancia para muchas personas que ayer siguieron el desfile desde sus casas o trabajos con atención y quizá un punto de emoción. Y ese desdén es letal para quien lo practique. Más aún cuando viene acompañado por la reivindicación y aplauso de otros símbolos, también patrios, también nacionales, también emotivos como los de los nacionalistas catalanes o vascos cuyo patriotismo jamás es tenido como opción derechista, sino más bien al contrario.

Yerra Iglesias en su comentario pretendidamente sentenciador. Vuelve su voz, que encarna aún la autoridad de esa parte de la izquierda española, a señalar cómo no entienden dónde están y quiénes son, ni a darse cuenta de que cada vez que así se expresan le están regalando chorros de votos a la extrema derecha.