Opinión

La coalición de los líos

El PP sólo tiene que insistir en las incoherencias de este batiburrillo ideológico y en los riesgos que existen para la estabilidad y el progreso

Es cierto que los gobiernos de coalición son complicados, porque hay que conciliar las posiciones de formaciones que han competido electoralmente y que tienen planteamientos diferentes en muchas cuestiones. Por ello, siempre existe una comisión permanente que sirve para poner sobre la mesa las cuestiones sobre las que se discrepa y hay espacios para que puedan plantearse posiciones contrapuestas entre cada socio porque no forman parte del pacto de coalición. Lo que sucede con el gobierno socialista comunista español es para nota, porque Sánchez tiene que aguantar las constantes deslealtades de su socio. Era algo previsible, pero cabía esperar que la feliz marcha de Iglesias abriera un nuevo tiempo. Al principio pareció que sería así, pero esa tranquilidad duró muy poco, porque las líderes de Podemos prefieren el activismo. El mayor problema electoral de Sánchez reside en sus socios, tanto de coalición como parlamentarios. Una vez más no hay que sorprenderse, porque es difícil sentirse cómodo con comunistas, antisistema, independentistas y bilduetarras. El PP sólo tiene que insistir en las incoherencias de este batiburrillo ideológico y en los riesgos que existen para la estabilidad y el progreso.

No hay semana sin un lío, como mínimo, que muestre que la coalición es un desastre en todos los terrenos. A esta situación conflictiva se une la presión de los independentistas y los herederos de ETA que quieren sacar su tajada, económica y política, de las negociaciones presupuestarias. Por todo ello, es lógico añorar los tiempos del bipartidismo imperfecto, porque eran gobiernos estables y coherentes, aunque no tuvieran mayoría absoluta. El problema es el egoísmo de los amigos de Sánchez, que miran permanentemente las encuestas, actúan por electoralismo, son inexpertos y sin trayectoria política, profesional y académica para ocupar unos cargos que les vienen grandes. Esta incoherencia se ve en todas las administraciones gobernadas por socialistas y podemitas, donde no existe progreso sino retroceso. No sucedía cuando el PSOE no tenía que sufrir las excentricidades de estos grupos.

El populismo es uno de los males de nuestro tiempo, aunque es una realidad política que se remonta a la Antigüedad. Es especialmente pernicioso cuando llega a un gobierno, porque la demagogia se convierte en su razón de ser. Es la búsqueda del aplauso fácil, la oferta de soluciones simples a problemas complejos y la irresponsabilidad absoluta en la gestión de los asuntos públicos. Hemos visto a las dirigentes de Podemos, que ocupan carteras ministeriales, salir en tromba atacando al Supremo con una ignorancia pasmosa y confundiendo la separación de poderes. Es algo propio de los procesos revolucionarios, donde se ponen en cuestión y se deslegitiman las instituciones para cambiar, como dicen, el régimen que no les gusta. Es un proceso muy estudiado y característico de todas las revoluciones. La insistencia en las mentiras busca, gracias a la propaganda, convertirlas en verdades. Rodríguez tiene una condena firme que le inhabilita para seguir siendo diputado y no hay ninguna conspiración contra Podemos.

No les importa la separación de poderes o los votos que realmente tienen, porque se arrogan la representación del pueblo que consideran que está manipulado por los medios de comunicación que no controlan. Los que rechazan su «verdad», que no tiene ningún fundamento político o jurídico, son gente narcotizada por el franquismo. Las instituciones, como sucedió con la Alemania nazi o la Rusia comunista, no responden realmente a la voluntad del pueblo, porque deberían de estar sometidas a sus intereses. Es muy clarificador su pertinaz ataque contra los medios y periodistas que no son afectos, algo característico, también, de las ideologías autoritarias. Al principio mostraban su cara más amable y se aprovechaban de que la inmensa mayoría de los periodistas son de izquierdas, pero no tardaron en mostrar su auténtico rostro. A pesar de esta realidad, el gobierno socialista comunista cuenta con un trato más contemporizador que el centro derecha. Es lógico porque muchos periodistas siguen la máxima de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Una vez más prima la ideología y la lucha de trincheras para conseguir que la izquierda siga gobernando. Es algo que sabe muy bien Sánchez y lo aprovecha con acierto.

Su objetivo prioritario llegar a las próximas elecciones situado en el centro y lograr un resultado que le permita prescindir, por fin, de sus incómodos socios de coalición. El despropósito de la derogación de la reforma laboral es una clara muestra de que se antepone la política partidista a los intereses de la nación. Es verdad que las normas no pueden quedar petrificadas y que es necesario que se vayan adaptando, pero no lo es la propuesta irracional de los comunistas y sus aliados, especialmente el sindicato marioneta CC OO, que es un apéndice dentro de esa estrategia política. Una vez más tenemos unos sindicatos cegados por los intereses políticos que, a diferencia de lo que sucede en Alemania, no defienden a los trabajadores, las empresas y la economía nacional, sino unas ideologías periclitadas que no tienen nada de progresistas. El populismo lo hemos visto también con el problema del precio de la luz, donde no importa la verdad sino atacar sin sentido a las empresas que no son responsables de lo que está sucediendo. El gobernar es tomar decisiones, intentando que sean acertadas, y asumir el desgaste que muchas veces comportan. A las ministras y los ministros de Podemos solo les interesan los fuegos de artificio y los privilegios, porque ahora forman parte de la casta que tanto criticaban. Se han convertido en una parte, por cierto negativa, del sistema.