Política

Frankenstein forever

La maquinaria está engrasada, el monstruo tiene salud y vocación de mantenerla

Cuando el 16 junio de 1816, al abrigo de la lumbre que amortiguaba los efectos del más oscuro y frío verano del milenio por culpa de una erupción volcánica que ensombreció los cielos de la tierra entera, Lord Byron y una adolescente llamada Mary Shelley decidieron llevar su esgrima fantástico de historias de terror a un texto literario, jamás pensaron que de aquel reto saldría uno de los clásicos de la historia de la literatura. Y que no lo escribiría Byron, sino la joven prometida de Percy Bysshe Shelley que aquella noche empezó a alumbrar Frankenstein.

El doctor que desafió a la naturaleza queriendo crear la vida enfrentándose al designio divino, terminó poblando la estantería de metáforas sobre la ambición humana y la imposibilidad de superar sus propias limitaciones.

Hasta que llegó Sánchez. El presidente del gobierno español ha saltado sobre el imposible de la política y ha creado un monstruo de conveniencia, armado con retales y órganos incompatibles, alimentado por energías aparentemente contrarias que, sin embargo, funciona y parece que va a seguir haciéndolo a la perfección. También le llamamos Frankenstein, por esa evocación de lo imposible de juntar que cobra vida, pero me malicio que la tendrá mucho más prolongada que la criatura que Mary Shelley ideó como la obra del doctor enloquecido.

El acuerdo Frankenstein en España va para largo, tiene recorrido y se lo está trabajando a conciencia ese partido socialista que, según el portavoz de la parte catalana de la criatura, Gabriel Rufián, solo hace las cosas cuando se le obliga.

Ayer santificaron los presupuestos del Reino de España los popes periféricos, republicanos y antiespañoles de la criatura creada por Sánchez, los portavoces de Esquerra Republicana de Cataluña y de Bildu, que en aparición conjunta anunciaron que darán su sí al proyecto. Es la confirmación de que la maquinaria está engrasada, el monstruo tiene salud y vocación de mantenerla.

La tenaz obstinación de Sánchez por buscar el apoyo de Bildu, pese a sus reiteradas e irritadas negativas de tanto tiempo y tantas veces, es la prueba irrefutable de la vigencia del Frankenstein sanchista y su interés por avivarla. Claro que no necesita a los de Otegui –ese hombre que, como recordaba ayer en Más de Uno Pedro Jota, dijo ante el cadáver caliente de López de la Calle que Eta acababa de ubicar el papel de la prensa en el conflicto–, por supuesto que su supervivencia no depende de ellos, pero compactan el bloque que a su izquierda decidió Sánchez hace tiempo sería el cimiento de su permanencia política. Eso es lo importante, lo que necesita. El bloque es el bloque y se construye ladrillo a ladrillo. Hay que mimar cada una de las piezas porque solo en perfecto estado pueden serle útiles conformando ese cuerpo informe pero eficaz que se mueve con la energía de la ambición de cada uno, para alimentar el objetivo final de quien lo ha creado.

Tenemos Frankenstein para rato. Al menos hasta el final de la legislatura. Y si se descuida la oposición y sigue perdida en batallas internas y exhibiciones de espectáculo televisivo, para cuatro años más.

No pensó la joven Shelley que su obra trascendería el siglo hasta ser un clásico. Cómo imaginar, ni siquiera en las más impensables fantasías de aquella chimenea de Vila Diodati, a orillas del suizo lago Lemán, que dos siglos después un hábil político reventaría la moraleja buenista de la escritora.