Constitución

La Constitución de 1978 y todos sus enemigos

El problema es que, ahora, los máximos defensores de la reforma constitucional son, precisamente, los enemigos declarados de la Constitución

Margarita Robles, ministra de Defensa, ahora muy valorada, pero con una historia remota en Interior más polémica, afirmaba el domingo en este diario, entrevistada por Carmen Morodo y Fernando Cancio, que «La Constitución no necesita ninguna reforma». Juez de profesión, más leída –empachos incluidos– y estudiada que algunos de sus compañeros de Gobierno, estuvo al lado de Pedro Sánchez desde el principio y en los momentos más duros de su travesía del desierto. La ministra de Defensa puede discrepar, en asuntos de matices, con su jefe, pero es increíble que haya hecho una afirmación tan contundente si el Presidente está decidido a hacer lo contrario.

La reforma de la Constitución del 78, la mejor y más longeva de la historia de España, es en teoría la eterna asignatura pendiente de la democracia española. Desde su alumbramiento ha habido intentos y modificaciones parciales, pero siempre se ha desestimado una revisión profunda, sobre todo porque requiere unas mayorías que exigen un consenso que, al menos ahora, no existe. El pacto constitucional del 78 fue eso, un acuerdo generoso –con renuncias por todas partes– de quiénes pensaban diferente. Ese ha sido su éxito desde su ratificación en referéndun un 6 de diciembre.

La Constitución española, como todas no es inmutable y, sin duda, requiere más de una adaptación a los tiempos, pero siempre desde los puntos de encuentros de unos y otros, no desde el enfrentamiento. El problema es que, ahora, los máximos defensores de la reforma constitucional son, precisamente, los enemigos declarados de la Constitución, es decir, «indepes» catalanes y vascos y los más radicales de izquierda, aunque tampoco faltan ultras de extrema derecha. Unos pretenden abrir el portillo para destruir y desmembrar del todo el Estado y los otros sueñan con erradicar las autonomías y volver al centralismo cañí. Sin olvidar, claro, los que persiguen acabar con la monarquía y los que anhelan un proceso semirevolucionario, que los hay. Sánchez, por necesidad –falta de consenso– o por conveniencia –tampoco está claro clientela más centrada quiera algo muy radical–, dejará el asunto para otra ocasión. El líder PSOE es un pragmático y eso quizá se libre de «cometer grandes errores», como explicaba Karl Popper al inicio de «La sociedad abierta y sus enemigos», ese gran alegato sobre la libertad y contra el totalitarismo, que Sánchez conoce, aunque no está que lo haya leído, ni que le interese hacerlo. La Constitución y todos sus enemigos.