Podemos

Insumisión hipnótica

La crítica, siempre legítima en democracia, no puede convertirse en la coartada permanente que justifique los señalamientos y las campañas de acoso y descrédito habituales

Tiene algo de mágico el poder del agua horadando la roca. La constancia con la que consigue deshacer aquello que parece inmutable ejerce una especie de atracción hipnótica en quien observa, como si le anestesiaran, dejándose llevar por una cadencia que le eclipsa y le impide tomar verdadera conciencia del daño que, poco a poco, cada minúscula y débil gota va produciendo. Así se deshacen montañas. Y así se destruyen sistemas políticos sin que los ciudadanos opongan (casi) resistencia: cuando se advierte el deterioro causado, ya es demasiado tarde. Basta volver la vista atrás, a los últimos días, semanas o meses (por no alejarnos más), para constatar la suma continua de voces públicas que confluyen en un mismo fenómeno. Si antes la desobediencia solía ser de carácter civil, ciudadanos que, amparados en sus ideas o razones religiosas, filosóficas, éticas o de cualquier otro tipo, mostraban su rechazo a cumplir alguna de las exigencias que les imponía el poder establecido, asistimos ahora a una nueva versión que cambia la dirección habitual, la de abajo hacia arriba, para impugnar las órdenes del Estado... desde el propio Estado. La insumisión se ha institucionalizado y, convertida en una especie de caballo de Troya, apunta desde dentro a la organización política y jurídica que nos hemos dado. El acto que Podemos celebró esta misma semana en el Congreso, en el que se cuestionaba abiertamente (y algo más) la labor de la Justicia y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, consolida esa tendencia y culmina un proceso, lento pero constante, de desgaste de las instituciones: «puro totalitarismo» o «carente de neutralidad» son algunos de los calificativos que ha recibido, por ejemplo, el sistema judicial y que han llevado a la Asociación Francisco de Vitoria a denunciar ante el Parlamento Europeo los «ataques» de las ministras Belarra y Montero. La crítica, siempre legítima en democracia, no puede convertirse en la coartada permanente que justifique los señalamientos y las campañas de acoso y descrédito habituales. Nos enfrentamos a eso que Anne Applebaum ha definido como «aluviones de falsedades» que se amplifican no solo a través de las redes sociales, erigidas en eficaces altavoces sin mecanismos de control, sino que se infiltran, cada vez más, en declaraciones revestidas de oficialidad, desde foros impregnados de apariencia de rigor que complican la labor de desmontaje. Y, aunque la actitud persistente de los insumisos de cargo público suponga un riesgo cierto para la estabilidad del sistema político, el verdadero peligro se encuentra en que no seamos capaces de percibir lo que ocurre y sigamos, como hipnotizados, viendo las gotas caer.