Ganadería

El comienzo de mi ruina

El problema es que esta gente del ministro y su partido desconoce completamente el campo. Para ellos es un cuadro o un paseo de fin de semana.

Eladio es ganadero en Cantabria, al límite del Principado de Asturias, entre las dos rías de Tina que marcan la frontera. Se deja la vida a diario con sus 70 vacas de leche y las que tiene por el monte y un par de prados alquilados para vender su carne. Hace años invirtió en modernizar su explotación lechera y todavía está pagando el robot de ordeño y el resto de maquinaria que se supone le iba a facilitar el trabajo y dejarle tiempo para otras cosas. Pero era, en efecto, una suposición. Ahora sigue haciendo frente a los plazos, y ni tiene tiempo ni apenas energía para nada que no sea trabajar y tratar de que le salgan las imposibles cuentas de la felicidad. Como le decía el otro día en la tractorada de Oviedo un joven ganadero recién llegado al oficio, esto es una ruina; y añadía: «yo ya estoy arruinado antes de empezar». El cálculo de créditos, costes y beneficios les sale quiebra.

Eladio no tiene vacaciones ni fines de semana porque sus vacas comen y se ordeñan todos los días, y en el santoral no hay aún registrado milagro alguno que consiga que los animales lo hagan solos. Tampoco puede contratar a nadie, no llega. Ni siquiera la robótica es solución: acompaña, facilita, pero carece aún de la tecnología suficiente como para no necesitar supervisión humana. Quizá cuando la inteligencia artificial llegue a los establos…Pero para entonces, se dice, es posible que no haya en ellos animal alguno.

Le gusta su trabajo. Busca con orgullo la calidad en la leche que produce –el alimento, el trato y el cuidado de las vacas son clave, y los ejecuta con una pasión de oficio que tiene mucho de profesional y hasta amoroso–, y cría las vacas de carne en eso que técnicamente se llama ganadería extensiva, que no es otra cosa que tener al ganado al aire libre, en el campo, pastando y bebiendo de la manera más natural posible, con algo de apoyo de pienso o forraje cuando el invierno o la sequía reducen la fuerza del pasto.

Eladio siempre ha visto con recelo eso que se llaman macrogranjas, que son instalaciones en las que se mete a miles de animales estabulados a producir leche o carne, o ambas, sustituyendo el oficio por la tecnología –cosa que comparte y aplaude porque lo hace en parte– pero convirtiendo a los animales poco menos que en cosas que producen sin respeto ni consideración a su estado o bienestar. Quizá en el fondo lo que le pasa es que esa forma de producir hace daño, mucho, a quienes como él siguen creyendo en el cuidado y el mimo de la cercanía como elemento central de calidad. Una forma de trabajar que será muy sostenible, como afirman los políticos, pero resulta escasamente rentable. Sin embargo, a las grandes granjas, grandes empresas productoras, sí que les renta, sí que encuentran una relación favorable entre el coste y el beneficio.

Por eso no sale de su asombro cuando escucha que el ministro de Consumo sigue sosteniendo que dijo lo correcto al periódico inglés. Es verdad que elogió la ganadería sostenible, como la que Eladio practica. Pero también afirmó que la carne que exporta España es de mala calidad. Y, sí, se refería a esas macrogranjas, pero sin hacer distingos afirmó, y ahí está escrito, que vendemos mala carne y de animales maltratados.

Eso perjudica a todos. Incluido a él que se considera un profesional que hace bien su trabajo y cuida el medio ambiente. El problema es que esta gente del ministro y su partido desconoce completamente el campo. Para ellos es un cuadro o un paseo de fin de semana.

Pero hay un perjuicio mayor, que va precisamente en la dirección contraria en la que estos tipos parecen querer ir. Porque si no quieren macrogranjas que colonicen el campo, lo que tienen que hacer es promover políticas que lo impidan. Para empezar, mejorando las condiciones de los ganaderos que, como Eladio, hacen su trabajo y mantienen los pueblos vivos. Si dices que no quieres cambiar la cara del campo y al mismo tiempo lo ahogas con una política que ignora sus condiciones y mantiene precios abusivos, estás nadando en una contradicción devastadora para un sector económico fundamental.

El campo, la ganadería, no puede ser tratado con ignorante desprecio, sobre todo si sostienes, como hace en la entrevista el señor Garzón, que hay quien lo trabaja de forma ordenada y sostenible. Defiéndelo, ponlo en valor. Pero no digas en casa que comer carne no es bueno –como ya hizo en su día– ni sostengas fuera que la que exportamos es mala. Porque esa falta de rumbo y de criterio, es el comienzo de mi ruina, piensa Eladio.

Escucha en la radio que pía desmarcándose la otra parte del Gobierno. Será que hay elecciones. Porque lo que habría que hacer, que es callar al ministro cesándole, no pasará porque no es el de Sánchez un gobierno de coalición sino de cuotas, y la de Podemos es intocable. Pero eso es otro asunto, y habrá de pensarlo en otra ocasión, que es hora de ordeñar y se le está pasando la tarde con pensamientos inútiles.