Gobierno de España
Un gobierno de conveniencia
«Resulta clarificador visualizar los ministros quemados y constatar que los podemitas se llevan la palma»
El matrimonio de conveniencia se produce cuando uno de los contrayentes es extranjero y busca regularizar su estancia u obtener de forma más fácil la nacionalidad. En el caso de Sánchez y su relación con Podemos sería más adecuado utilizar el término forzoso, porque ha sido en contra de su voluntad. Es cierto que ambos contrayentes se han beneficiado mucho de un vínculo que tiene fecha de caducidad. El término sería más ajustado para Iglesias y su formación, ya que les sirvió para obtener el poder que nunca habían tenido, aunque con su actitud caprichosa no le duró mucho el juguete de la vicepresidencia, y regularizar su presencia política entrando por la puerta grande. Se puso en marcha, además, el rentable ascensor social que ha beneficiado a sus compañeros de viaje como se puede constatar viendo cómo les lucen los sueldos, coches oficiales y despachos. No hay duda de que el populismo del «no nos representan» y el ataque a la política tradicional les han resultado muy rentable. Sánchez sigue incómodo con su matrimonio político, pero los pactos siempre tienen un coste y espera que en las elecciones generales pueda rentabilizar, como socio mayoritario, los resultados de la recuperación económica en detrimento de su turbulento aliado.
Es verdad que otra acepción muy interesante en los matrimonios de conveniencia la encontramos con los enlaces que se producían en las familias reales y aristocráticas, pero también en la burguesía. La generalización de los matrimonios por amor son algo bastante reciente que han sido popularizados por las novelas, películas y series de televisión. Durante milenios primaba, sobre todo, la conveniencia. Es decir, como señala el Diccionario de la Real Academia, la utilidad y el provecho. Por eso es común utilizarlo periodísticamente para definir vínculos políticos como la incómoda coyunda entre el PSOE y Podemos. Los reyes se casaban por interés y en alguna ocasión podía existir lo que denominaríamos suerte en el enlace. El machismo ha sido la regla general durante milenios, por lo que era habitual que las consortes fueran objetos decorativos cuyo papel, siempre con excepciones, se limitara al ejercicio de ser obedientes hijas, esposas y madres. No era algo privativo de las familias reales, sino que, salvo en el divertido mundo de la ficción, afectaba a la nobleza y a la burguesía donde los matrimonios eran el frío resultado del interés por acumular títulos, riquezas o ascenso social. Un noble pobre podía beneficiarse de la riqueza de alguien de inferior categoría. Es algo que ha llegado hasta nuestros días, aunque ahora se incluye la belleza en la ecuación. El amor por el dinero es capaz de superar sin problemas las diferencias de edad o incluso la fealdad de uno de los contrayentes.
Es lógico que la conveniencia en las relaciones personales se extienda a las políticas y empresariales donde la traición y el engaño son moneda corriente. «No esperarás que sea amigo de mis consejeros» me decía un poderoso presidente autonómico ante mi sorpresa por cómo los trataba y añadió, por si tenía alguna duda, que «es un trabajo y es un mero interés de conveniencia». Por supuesto, es lo que podemos interpretar de las convulsas relaciones entre Sánchez y su colección de incómodos socios, tanto de coalición como parlamentarios. No hay duda de que el matrimonio se mantendrá firme, a pesar de las tonterías del ministrillo Garzón y los enredos de las aburridas lideresas podemitas, hasta el final natural de la legislatura. Por supuesto, puede concluir cuando le convenga, pero le resulta útil esperar a que se consolide la recuperación económica.
Este sábado publicábamos una interesante encuesta que mostraba el suspenso generalizado del Gobierno, algo lógico en las circunstancias actuales, con la excepción de Margarita Robles que no despierta rechazo entre los votantes del centro derecha. Lo que resulta clarificador es visualizar los ministros quemados y constatar que los podemitas se llevan la palma, aunque acompañados de la vicepresidenta Ribera que ha demostrado su incoherencia e incompetencia en el tema energético. Es muy significativo que Yolanda Díaz saque una buena nota, un 4,7, porque se ha convertido en la esperanza de la izquierda radical a pesar de la campaña que sufre de su examigo Iglesias y sus marionetas gubernamentales. El modelo de gobernar el partido e influir en el Gobierno desde la sombra fue un intento de supervivencia del antiguo líder de Podemos, pero que ha fracasado gracias a Díaz.
La Historia nos demuestra que es difícil que alguien con fuerte personalidad, como es el caso de la vicepresidenta, se avenga a asumir el papel de marioneta. A Iglesias le falló la memoria, porque tenía reciente el caso de Susana Díaz y Pedro Sánchez. Hace tiempo que tengo claro que su talón de Aquiles es la soberbia y ahora recoge sus frutos. Con una cierta ingenuidad pensó que conseguiría adaptar el despotismo ilustrado a los tiempos modernos poniendo a Belarra y Montero al frente del aparato del partido y nombrando a Díaz su testaferro en el Gobierno. No podía estar más equivocado en la segunda parte de su estrategia. Es verdad que las dos podemitas son su correa de transmisión, pero la formación morada sufre una clara decadencia como se puede constatar elección tras elección. Lo más probable es que este año sea extraparlamentario en Castilla y León y Andalucía. Con respecto a Díaz se ha encontrado con la horma de su zapato y está creando una plataforma donde el papel de Podemos será testimonial. A Iglesias solo le queda seguir como tertuliano sin audiencia y columnista sin lectores. Ha dejado de ser el referente de la izquierda antisistema desde que forma parte del sistema y ha abrazado la vida burguesa.
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