Alemania
La función que sale mal
Scholz le amargó la función a Sánchez porque no vino a hacer teatro, sino a saludar y, ya puestos, a sugerir un camino que no agrada a su anfitrión.
Planea Pedro Sánchez escenificar el poderío de la socialdemocracia de capitalidad española y le sale el antiguo ministro de Merkel. Es muy osado brindar un baile obviando la pieza y la calidad de la orquesta. El socialdemócrata Scholz viene de compartir gobierno con quienes el socialdemócrata Sánchez rechaza siquiera como interlocutores, y mantiene en su cartera y su ideario la misma política económica que desplegó su jefa conservadora en ese gobierno de coalición tan eficaz en Alemania y para Europa como impensable aquí.
Sánchez y su gabinete buscaron un encuentro en la cumbre que pusiera en valor ese papel que tanto le gusta jugar de líder europeo de la izquierda que resuelve, pero la cosa quedó en una exhibición de educada distancia entre un político de izquierda pragmático y solvente y otro que improvisa y sobrevive. Alemania está por regresar a la disciplina fiscal de antes de la pandemia, o al menos a un compromiso de déficit que rompa con la barra libre de los dos últimos años de maldita COVID. España, para quien el mecanismo actual tiene muchas complejidades –lo dijo el lunes Pedro Sánchez– prefiere una reforma de la disciplina que suavice la exigencia anterior. Scholz le amargó la función a Sánchez porque no vino a hacer teatro, sino a saludar y, ya puestos, a sugerir un camino que no agrada a su anfitrión.
Pedro Sánchez juega en Europa a ser lo que no es, y eso siempre es arriesgado. El líder sureño de la socialdemocracia europea, el conductor del socialismo continental, gobierna en España con un partido que se declara enemigo del socialismo europeo y acepta a regañadientes la tutela de una Unión Europea que considera un foro capitalista más que un escenario de progreso económico. Ciertamente con el concurso de unas instituciones europeas lentísimas y de muy poco coraje a la hora de abordar políticas comunes, cuya actuación suele dar la razón a quienes las ponen en solfa. Pero está ahí, formamos parte de su estructura y en el caso de la COVID va a servir para rescatarnos del golpe aterrador que a nuestra economía le asestó la pandemia.
El rasgo fundamental del sanchismo es ese carácter poliédrico, que pone espejos y abre ventanas allá donde brille alguna luz. Aunque sea el sol de poniente o el de saliente, no importa: el caso es que brille. Ha llevado a su máxima expresión aquella confesión de pragmatismo de Felipe González sobre los gatos, que daba igual que fueran blancos o negros, el caso es que cazaran ratones. Con la diferencia de que aquí sólo hay un objetivo preciso de permanencia. A Sánchez le da igual que sus socios vean con recelo las normas de la Unión o estén por la labor de destruir el Estado en que gobierna, el caso es poder mantenerse en una posición que le permita gobernar en España y brillar en Europa.
Pero ese ejercicio tiene sus riesgos. Siempre hay quien te señala la contradicción y te amarga la fiesta. Incluso sin querer, como ha pasado con Scholz.
No puedes buscar refrendo a tu posición o aún ascender más en ella al abrigo de un correligionario que viene de gobernar con éxito junto al adversario sin que se te note el estruendoso silencio a la hipotética pregunta de por qué entonces tú ni siquiera has intentado lo mismo.
Se quiso medir con Scholz y lo ha conseguido.
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