FC Barcelona
El Barça que no supo aprender a desprenderse
Cuando el Barça cayó vergonzosamente en Liverpool debió decir ¡basta ya! Pero Bartomeu no tuvo arrestos
La simetría entre la penosa decadencia culé y la trayectoria de Catalunya, tras el llamado «procés», ha tomado carta de naturaleza. Por lo menos eso se afirma con tesón en algunos lares. ¿Pero se trata de una pirueta argumental sin ton ni son –como aquello de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid– o tiene fundamento?
Del Barça que asombró al mundo y llevó a Mourinho al borde de la locura sólo queda el recuerdo. Ese Barça tuvo en la etapa de Guardiola su registro más brillante. Durante cuatro años no sólo barrió al Madrid, el rival ancestral. Pep lo ganó todo. No es necesario recordar quién es Guardiola ni con qué valores se identifica. Escoltado además por Joan Laporta, amigo y aliado de Florentino. En sus aventuras políticas, Laporta daba rienda suelta a sus instintos. Como máximo ejecutivo del Barça su quehacer siempre ha sido infinitamente más pragmático. Tal vez por eso con el Barça tocó el cielo y como político se dio con un canto en los dientes.
El broche de oro al triunfal reinado de ese Barça que encandilaba con su juego tuvo en Luis Enrique a su maestro en el banquillo. El asturiano se ganó el corazón de los culés pese a que en su anterior etapa madridista sulfuró a la parroquia blaugrana. Poco tardó el asturiano en pasar de soliviantar a muchos a contagiarles su espíritu de lucha y su compromiso. Luego vino aquello de que no se reconocía con la camiseta blanca. En Barcelona orgasmaron, en el Bernabéu lo sentenciaron.
Cuando el Barça de Messi daba los primeros síntomas de agotamiento llegó Luis Enrique al banquillo. Era el último año del presidente Bartomeu, 2014, y parecía que iba a salir en cohete del Camp Nou. Pese a un inicio titubeante, Luis Enrique repitió la gesta de Pep. ¡Otro triplete! Incluso éste más brillante. La Champions, la quinta y última, se ganó en Berlín frente a la todopoderosa Juventus luego de eliminar con solvencia a los mejores equipos del Viejo Continente. Ocurrió en mayo de 2015. La víspera de elecciones. Y claro, Bartomeu venció a Laporta. Antes se produjo una anécdota que ilustra lo que acontecería en el siguiente lustro. En diciembre de 2014 Lucho sentó a Messi en Atocha frente a la Real por su bajo rendimiento. Éste, que ya ejercía sus galones se pilló un rebote de narices y pidió a Bartomeu la cabeza del asturiano. Messi era mucho Messi, pero en el banquillo del Barça había un tipo que para nada era una marioneta. Se selló la paz aunque el precio fue la caducidad del mandato de Luis Enrique.
Fue el canto de cisne de un proyecto que envejecía. Bartomeu se vio inesperadamente con un nuevo mandato legitimado en las urnas. O más bien en el terreno de juego. Cedió a los caprichos de los jugadores y quiso ganarse su favor renovando sus contratos mucho más allá de lo razonable. Además de multiplicar sus fichas. Despilfarró millones con frenesí, una losa que sigue ahí como un peso muerto. Bartomeu, adversario de Floro y convergente a la vieja usanza, se lució. Entre Coutinho, Dembelé y Griezman se echaron cerca de 500 millones por el retrete entre 2017 y 2019. En cualquier empresa, a un CEO que perpetra tamaño despropósito se le manda a galeras.
Esa desastrosa gestión económica y deportiva es la pesada mochila que ha heredado Laporta que, por otra parte, ha empezado su segunda etapa retornando a las andadas, fiel a su estilo y de la mano de Florentino, mejor referencia que Bartomeu para gestionar un Club que no supo aprender a desprenderse de la era Messi. La ensoñación fue esa maravillosa década de bello fútbol y títulos mientras el Madrid se lanzaba en manos de un Mourinho rabioso que sólo supo frenar al Barça de Guardiola recurriendo a las malas artes y al peor estilo. Con notable apoyo, ahí sí. Esperanza Aguirre se declaraba de Mourinho «a muerte» cuando, en realidad, el equipo blanco se asemejaba a ese Athletic de Goicochea que frenó al Barça de Schuster y Maradona rompiéndoles literalmente las piernas. Con apoyo político también. El alcalde de Bilbao no dudó en justificar las salvajes entradas y estilo barrio bajero del equipo de Clemente.
Cuando el Barça cayó vergonzosamente en Liverpool debió decir ¡basta ya! Pero Bartomeu no tuvo arrestos. Ni tan siquiera cuando el Bayern barrió al Barça de Messi en Lisboa endosándole la friolera de 8 goles.
Un buen gestor habría tomado la decisión de endosar a Messi por 200 millones a cualquiera. La curva de rendimiento deportivo de Messi era inversamente proporcional a sus constantes subidas de salario con un efecto contagio: inflacionó toda la plantilla. Ahí murió el Barça, ahí se fue gestando la decadencia, inexorable, deprimente, a tumba abierta, con seis años consecutivos barridos de Europa con deshonor. ¡Triste manera de empañar la mejor década de fútbol y de éxitos!
Sergi Sol es periodista
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