Pablo Casado

Casado y Ayuso, «fiat iustitia ruat caelum»

La bronca, guerra fratricida en realidad, entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, es la crónica adelantada de la autodestrucción o del suicidio del Partido Popular

Fernando I de Austria, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, hermano de Carlos I de España y V de Alemania, como decían los manuales escolares de los años 60 y 70 del siglo pasado, gobernó un imperio –sobre todo federal en su acepción moderna– bajo el lema «fiat iustitia, ruat caelum», atribuido a Lucio Calpurnio Pisón Cesonino y a Cneo Calpurnio Pisón. Mucho más modernamente, Inmanuel Kant lo utilizó para explicar la naturaleza contrautilitaria de su filosofía moral y Ludwig von Mises, el gran pope de la escuela austríaca de economía, como santo y seña del liberalismo económico. Leo Amery, que fue primer Lord del Almirantazgo británico, y que a pesar de ser también conservador, le reprochó a Churchill en la Cámara de los Comunes, que esa fuera su guía de actuación.

La bronca, guerra fratricida en realidad, entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, es la crónica adelantada de la autodestrucción o del suicidio del Partido Popular que, a pesar de todo, tiene una opción de renacer de sus cenizas, como un Ave Fénix, siglo XXI, aunque debe darse prisa porque si la crisis actual se enquista, como sueñan que ocurra Pedro Sánchez y Santiago Abascal, la debacle del centro-derecha español emulará el descalabro histórico de aquella Unión de Centro Democrático que pilotó la Transición. El inquilino precario de la Moncloa, aunque no está seguro de sus fuerzas –si lo estuviera convocaría elecciones anticipadas ya mismo, y no lo ha descartado–celebra el enloquecimiento de sus adversarios. «Cuando el enemigo ejecute un movimiento en falso, no lo distraigas», decía Napoleón.

La guerra, nuclear si hay que hacer caso a Aznar, entre Casado y Ayuso, sólo puede terminar con la destrucción, antes o después, y no al mismo tiempo, de los dos. En una contienda atómica no hay vencedores, en todo caso supervivientes malheridos. Alguien tendrá que explicar algún día la génesis del suicidio del centro-derecha que, salvo errores mayúsculos –no descartables de Sánchez y su entorno–, abre un lustro de gobiernos social-frankenstein, limitados –por fortuna– por la red de seguridad de la Unión Europea y el euro, la única garantía de una mínima estabilidad. Churchill también decía con frecuencia que había que distinguir entre amigos, enemigos y compañeros de partido, los más peligrosos y temibles. Casado y Ayuso le dan la razón, cada uno con su propia interpretación del lema «fiat iustitia ruat caelum», es decir, «hágase la justicia, aunque se desplome el cielo». Era lo único que temían Astérix y Obélix.