Partido Popular
Nada une más que la victoria ni separa más que la derrota
Hay víctimas. Siempre las hay. Pero de las cenizas a veces se resurge con mayor fuerza
Llamas en Génova, cohetes en Ferraz. La guerra a tumba abierta entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso ha desatado la euforia donde hace escasos meses ahondaba la preocupación.
Los socialistas han renacido en todas las encuestas. Al final ni Tezanos va a necesitar trucar la suya para dar alas a la suma de la izquierda. Aunque todo indica que la guerra civil en la derecha sólo ha hecho acentuar una tendencia. Por lo menos eso indicaban ya los sondeos. Primero, con una desaceleración clara de la tendencia de la derecha al alza. Luego una estabilización en una frontera difusa donde al PP se le complica en demasía gobernar. Hay que tener siempre presente un dato. Son 350 los diputados a elegir. De entre estos hay un bloque periférico que se mueve en una horquilla de entre 30 y 40 diputados con los que el PP parece no contar ni para un saludo más o menos cordial. Lo que, de salida, obliga al PP a descontar un diez por ciento del Congreso saliente que va a ser hostil a cualquier investidura que éstos propongan. Se llame Casado o se llamara Ayuso.
Esa tendencia del PP al alza tuvo en los indultos un mantra que luego materializó la seductora Ayuso con una rotunda victoria en Madrid. No obtuvo la mayoría absoluta. Pero superó en solitario la suma de toda la izquierda. La victoria de Ayuso disparó la expectativa de voto del PP. Quisieron repetir la jugada en Castilla y León. Y el tiro salió por la culata. Ni el pobre resultado de Tudanca desempaña el mediocre balance de Mañueco. No sólo se quedó a años luz de la mayoría absoluta, sino que regaló a los de Abascal su noche más dulce.
Ahí, como avalaba la encuesta de Gesop para El Periódico, se hizo visible el cambio de tendencia. Lo que Madrid regaló a Casado, Castilla y León se lo quitó. El conflicto estaba ahí. Latente. Larvado. Sólo necesitaba una chispa para que prendiera el fuego.
Miles de ayusistas se plantaron ante Génova, protestando en la calle. El fenómeno ha merecido todo tipo de valoraciones. Sin duda tiene un tinte populista. Pero esas protestas callejeras también se produjeron en Ferraz, en 2016, en apoyo de Pedro Sánchez cuando la vieja guardia socialista, liderada por Felipe González, decidió apartarlo. Pronto hemos olvidado que lo que se vivió en Ferraz supera con creces lo que hoy acontece en Génova.
Jamás se ha confirmado pero los ánimos estaban tan caldeados ese 2016 en Ferraz que incluso se publicó que hubo un intento de agresión del sector felipista/susanista a Pedro Sánchez (se atribuyó a Juan Cornejo, entonces número 2 de la andaluza) mientras sus partidarios, que asediaban la puerta de Ferraz, chillaban a grito pelado «Fuera los golpistas» y personalizaban «Susana felipista es una golpista». O «Esa Susana, fuera de Madrid». Vamos, que para nada es insólito lo acaecido frente a Génova. Incluso más civilizado que ese cónclave del PSOE de 1 de Octubre de 2016 donde fue defenestrado Pedro Sánchez. En todas partes cuecen habas.
La historia que sigue es de todos conocida. En Octubre de 2016 el PSOE estaba a bofetadas. Algunos barones auguraron el desastre. El dirigente del PSOE José Antonio Pérez Tapias se largó de Ferraz a media tarde y sin votar en la Ejecutiva Federal. «El partido está roto», dijo. Y la crisis siguió, con Gestora incluida y polémica por la abstención que permitió a Rajoy ser elegido Presidente.
Pues bien, sólo unos meses más tarde Pedro Sánchez vapuleaba al felipismo con un sonoro triunfo en la Secretaría General, dejando a Susana tocada de muerte. Y en mayo/junio de 2018, año y medio de esa crisis que había dejado al PSOE «roto», Pedro Sánchez desbancaba a Mariano Rajoy con una moción de censura que salió adelante gracias a ese 10 por ciento de diputados periféricos. Un porcentaje que, según todas las encuestas, se mantiene firme e incluso al alza.
Algunas conclusiones, pues. Lo que hoy se ve con pesimismo y profundo desánimo mañana se desvanece mutando por expectativas inesperadas. Año y medio, que es lo que queda para las elecciones, es un mundo. Claro que hay víctimas. Siempre las hay. Pero de las cenizas a veces se resurge con mayor fuerza.
Otro cantar es si la derecha española puede lograr desbancar a la izquierda dando la espalda a ese 10 por ciento que las urnas dan tozudamente. Aznar no tuvo reparo en su día en hablar catalán en la intimidad para lograr la investidura, dejando atrás aquello de «Pujol, enano, habla castellano». Y no le fue mal. Para nada. En el 2000 logró mayoría absoluta con 183 escaños.
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