Guerra en Ucrania
La hora de Europa
No deberíamos perdernos en delirios de grandezas que obvien la realidad de que la UE es un muestrario de naciones con diferentes visiones estratégicas y experiencias históricas
Toda crisis lleva aparejada una serie de oportunidades. La actual crisis de Ucrania nos puede ofrecer a los europeos la ocasión para reflexionar sobre la autonomía estratégica que buscamos, o más bien, sobre el grado de la misma que es conveniente y prudente lograr. De entrada, tres claras consideraciones parecen deducirse de la auto fabricada crisis que el presidente Putin ha provocado con su invasión de Ucrania. Primera: los europeos seguimos dependiendo de los norteamericanos, en el mismo grado, o quizás incluso más que cuando surgió la tragedia de los Balcanes allá en la década de los 90. En segundo lugar, no tenemos decidido –ni la UE, ni la OTAN, ni tan siquiera Putin– donde acaba Rusia. Y por último, nadie ha definido el grado de autonomía estratégica que debemos perseguir ni sobre qué objetivos concretos deberíamos enfocar nuestra común visión europea.
El Sr. Putin persigue con celo mesiánico el recuperar la perdida grandeza rusa –de los zares y en la época soviética– y tras amagar en Georgia y Moldavia, y morder en Crimea y en el Donbás ucraniano, ha aprovechado todas las ocasiones posibles para desestabilizar la Europa democrática –que en su perturbada imaginación– se opone a esta expansión reivindicativa. Por ejemplo, este maestro de las amenazas híbridas ha intervenido en todos los sectores disolventes y separatistas europeos, incluido naturalmente el catalán. También en las inmigraciones masivas originadas por las situaciones en Siria, Libia o la reciente en Bielorrusia. Y posiblemente lo intente en el futuro con una creciente presencia militar en el Sahel y muy especialmente en Mali. Creo que ha llegado el momento de contemplar a la Rusia del Sr. Putin como el principal agente desestabilizador de Europa tanto en nuestro interior, como con la frontera oriental y la meridional con África. A estos dos últimos ámbitos deberían a mi juicio, reducirse el esfuerzo estratégico común europeo, abandonando fantasías sobre el Indo Pacifico, donde solo una nación –Francia– tiene intereses concretos. El Presidente Macron –que tiene tendencia a hablar por todos los europeos, incluidos los alemanes– debería comprender que tenemos que crear los cimientos de la autonomía europea antes de perseguir los sueños de grandeza ¿grandeur? de una Europa que intente evolucionar directamente de enano militar a protagonista mundial. Por cierto, no solo Francia tiene intereses nacionales no coincidentes con el resto de los europeos.
El Sr. Putin, con su variado muestrario de amenazas y desestabilizaciones, nos está ofreciendo la posibilidad de centrarnos en cuestiones concretas. No deberíamos perdernos en delirios de grandezas que obvien la realidad de que la UE es un muestrario de naciones con diferentes visiones estratégicas y experiencias históricas. Lo mismo que los padres fundadores se centraron en el acero y el carbón antes de iniciar la larga aventura de la posterior unión económica y política europea, si ahora logramos enfocar los desafíos desestabilizadores de esta Rusia revanchista en Europa y África para tratar de definir unos pocos objetivos estratégicos, podríamos profundizar en la dimensión militar que nos falta para ser un agente significativo en la escena mundial. Pero hay que perseguir objetivos concretos, no ensueños voluntaristas. Por ahí encontraremos el carbón y acero con los que comenzar a construir la comunidad europea de Defensa.
La OTAN ha sido –y continúa siéndolo– una gran alianza defensiva que triunfo sin disparar un solo tiro sobre la URSS de 1991. Lo que siguió a continuación no fue tan satisfactorio. Nos quisimos hacer expedicionarios –para justificar nuestra utilidad tras haber desaparecido la amenaza fundacional– y aquello fue de mal en peor. Irak, Libia y sobre todo Afganistán nos recuerdan que no es suficiente tener capacidades militares significativas, sino que también es imprescindible disponer de una precisa definición del objetivo a conseguir. Ya lo dijo Séneca hace muchos siglos: para quien no sabe a dónde va, todos los vientos son desfavorables. Así, la reciente historia demuestra que cuando los aliados nos hemos centrado en nuestra misión defensiva de estabilizar Europa, hemos triunfado; cuando hemos querido exportar agresivamente estabilidad y democracia a otros desgraciados rincones del mundo, hemos fracasado. Los europeos deberíamos tratar de convencer a los norteamericanos para utilizar la OTAN únicamente para defender las fronteras europeas –incluyendo las del sur del Mediterráneo– y no intentar perseguir algo que no representa el interés común de los aliados. La disuasión nuclear que aportan los norteamericanos a la defensa europea seguirá siendo durante muchos años imprescindible frente al arsenal que nos apunta desde Rusia. La aportación francesa a la disuasión nuclear europea no es completamente creíble dada la entidad de la amenaza rusa; y sin credibilidad, todo el concepto de disuasión se tambalea. Por todo esto creo que la naciente autonomía estratégica europea tiene que formularse en armonía con la evolución de la Alianza atlántica,
Esta es pues mi humilde recomendación para tratar de lograr algún día un cierto grado de autonomía estratégica europea: centrémonos solo en algunos pocos objetivos y hagámoslo compatible con la OTAN, es decir, contando con los norteamericanos, no contra ellos.
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