José María Marco
Una ocasión regia
Don Juan Carlos debería volver con la dignidad que su extraordinario papel en la historia de nuestro país le ha hecho acreedor
El archivo de las causas abiertas contra don Juan Carlos por la Fiscalía debería llevar a un replanteamiento general del tratamiento que se le debe dar a la figura del Rey Emérito por parte de la Casa Real, el Gobierno y los principales partidos. Por ahora, todo parece inundado de anécdotas, de trivialidades, de suspicacias y, lo que es aún peor, de peticiones para que Don Juan Carlos justifique –es decir pida disculpas– su conducta… Como si la vuelta de Don Juan Carlos supusiera un peligro para la democracia en España, que se vería contaminada por el retorno de un pasado condenado desde la abdicación, y con el que nadie quiere saber nada.
En realidad, Don Juan Carlos pone un espejo delante de la sociedad española. Y el espejo refleja todo lo realizado por los españoles que, bajo el liderazgo de su Rey de entonces, supieron realizar, como la reconciliación, la Transición, la negociación de la Constitución, la apertura y la modernización, así como el enorme avance en la prosperidad. También refleja, como es natural –y también por eso Don Juan Carlos es un gran Rey, uno que define toda una época– aquello que nos gusta menos. Sobre todo una vez que el cambio de reinado introduce valores y juicios que durante la era precedente no estaban vigentes.
Por eso, una vez cerrado el aspecto judicial, es necesaria una decisión política, ampliamente consensuada, para dar por zanjado este asunto. Don Juan Carlos debería volver con la dignidad que su extraordinario papel en la historia de nuestro país le ha hecho acreedor. Ese acuerdo político acabaría de una vez con la permanente tentación de utilizar el pasado reciente de la Corona para fines políticos, consolidaría la institución, que tiene en la continuidad una de sus grandes bazas, y dejaría a Don Felipe VI libre de hipotecas.
Claro que eso supone que en nuestros gobernantes existe un mínimo de madurez, algo de sentido histórico, un poco de visión de Estado. Y todo indica, como bien sabemos, que estamos en la situación exactamente contraria. El centro derecha vive empeñado en olvidar el pasado y dejarse mecer por una dulce amnesia. No quiere entender que es justamente así como abre una brecha gigantesca por la que la izquierda vuelve una y otra vez a introducir ese instrumento de deslegitimación política y cultural llamada Memoria histórica, ahora democrática. Un acuerdo como aquel al que habría que llegar para dar por acabado este desdichado episodio de Don Juan Carlos empezaría por apartar esa doble tentación: separar el pasado del presente y comprender, al mismo tiempo, que somos herederos de algo que no podemos cambiar, mucho menos purificar con ánimo inquisitorial y sectario. Si se llegara a un acuerdo como ese, es seguro que se alzarían muchas voces en contra –algunas destempladas y en busca de la popularidad perdida– invocando la ejemplaridad y la dignidad. Y sin embargo, no parece muy arriesgado afirmar que si se consiguiera algo parecido, la sociedad española lo agradecería y pondría a estos fanáticos de la depuración en su sitio, no insignificante quizás, pero tampoco crucial. Es una buena ocasión para demostrar que la clase dirigente está a la altura de lo que los españoles le exigen. Una ocasión regia para encauzar la crisis.
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