Opinión

El Juan Sebastián de Elcano en Barcelona

Hoy zarpa del puerto de Barcelona el buque escuela de nuestra Armada Juan Sebastián de Elcano, tras haber honrado con su presencia durante cuatro densas jornadas a la Ciudad Condal. La «Cap i casal de Catalunya» una vez más ha puesto de manifiesto el arraigado sentimiento de amor patrio que anida en los corazones de tantísimos barceloneses que hacen honor a lo que Cervantes narró de ella en su inmortal Quijote con ocasión de su visita de 1610: «Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos… y en sitio y en belleza única». Una prueba de ello es que las más de 12.000 entradas disponibles para visitar el buque, se agotaron por el público a las pocas horas de su puesta a disposición, con largas colas para acceder a él, pese a la inclemencia de un tiempo desapacible y poco primaveral pese a las fechas.

En julio de 2019 se pudo vivir una experiencia similar de fervor popular con ocasión de la visita que hizo el buque al País Vasco para conmemorar el quinto centenario de la primera circunnavegación de la Tierra culminada por una expedición al mando de Elcano, atracando en Guetaria –patria chica del marino– y Guecho. Esta realidad ahora experimentada también en Barcelona, capital de una Cataluña sometida a una narrativa que la hace antipática y hostil a los ojos de no pocos compatriotas, demanda una reflexión y una respuesta. La primera se basa en que no se puede querer lo que no se conoce, y que solo se defiende lo que se ama. La respuesta surge inmediata de esta consideración: el nacionalismo exacerbado ha impuesto un relato de Cataluña y España que no se compadece con la verdad, en gran medida a partir de la escuela, convertida en instrumento adoctrinador en apoyo de esa ingrata y falsaria historia. Pero, como una imagen vale más que mil palabras y además el corazón tiene razones que la razón no entiende, estos eventos tienen una gran fuerza emocional que suscita y resucita afectos y sentimientos adormecidos por la incomparecencia del símbolo nacional.

En la memoria están aquellos JJOO de Barcelona’92 que transmitieron al mundo la imagen de una Barcelona abierta, hospitalaria y emprendedora digna de la que cautivara al autor del inmortal e ingenioso hidalgo de La Mancha. El próximo sábado la selección nacional de fútbol vuelve a jugar a esta tierra. Pese a jugar contra Albania, se hará patente una vez más ese amor patrio necesitado de poder expresarse.