Guerra en Ucrania

El estado de la guerra

La más cruel perspectiva es que la guerra se estanque en una situación de tablas, con la mitad de la población tratando de huir del país

Como tantas guerras a lo largo de la historia, la de Ucrania, comenzada con la invasión del 24 de febrero, es el resultado de garrafales errores de cálculo. Como empezó a resultar evidente desde el comienzo de la segunda semana y no ha hecho más que confirmarse con el paso del tiempo, Putin, decisor único por parte de Rusia, se equivocó, atrozmente, tanto respecto a la actitud de los ucranianos como a la capacidad de sus propias fuerzas armadas. Parece como si se hubiera creído su repetida retórica de que ucranianos y rusos son una misma cosa y que, en todo caso, la oposición sería mínima. Con lo que se ha encontrado es con una resistencia numantina y con unas fuerzas tanto regulares como voluntarias e improvisadas que, conscientes del peligro que las amenazaba, se habían preparado minuciosamente para explotar sus parcos medios, desde que en 2014 les fue arrebatada Crimea y Moscú incitó y sostuvo una rebelión armada en las provincias limítrofes de Luhanks y Donetz, con mayoría de población rusoparlante, lo que no quiere decir que no entendiesen y hablasen ucraniano. Los preparativos intensificados durante los meses en que los hostiles vecinos fueron montando en la frontera lo que presentaban como un mero ejercicio militar.

Para sorpresa de todos, las fuerzas atacantes han hecho agua por todas partes, tanto en la planificación como en la ejecución de sus planes. El mundo militar soviético sufrió mucho con la caída de su imperio. Siendo un adorador de la fuerza en su estado más puro, su restablecimiento ha sido para Putin una de sus mayores prioridades, sino la máxima. Él creía que ya estaban a punto y, según todas las evidencias, los principales servicios de inteligencia occidentales, con los americanos a la cabeza, también. Respecto al leader ruso, su error implica o que sus jefes militares son incompetentes o que lo han engañado. Probablemente ambas cosas, algo muy normal en un sistema tan sumamente corrompido y dictatorial.

Para completar el panorama de errores previos a la invasión y conducentes a la misma, hay que tener en cuenta la actitud deferente de la administración Biden hacia Moscú, rayana en el apaciguamiento, que un adorador de la fuerza no puede interpretar más que como debilidad. El desastre de Afganistán el pasado agosto llevó a la culminación de estas percepciones. Una vez comenzada la crisis actual, el inmediato mensaje de Washington fue que no habría la más mínima respuesta militar, sólo «severas sanciones» si Rusia iba más allá de una «intervención menor», quizás la anexión de las dos provincias rebeldes. En efecto, éstas fueron declaradas repúblicas independientes y reconocidas como tales por Moscú, como última finta de engaño antes de la ya inminente invasión. Putin no pudo menos que pensar que por parte de Occidente y OTAN, su brazo armado, pero ya muy poco, no iba a tener problemas.

El plan era tomar Kiev en un par de días descendiendo desde el N por ambas orillas del Dnieper, el gran río que pasa por la capital, e instalar un gobierno títere. No sólo los ucranianos les hicieron frente, sino que las tropas rusas se encontraron con paralizantes problemas de logística, fruto de una pésima planificación, y el presidente Zelensky sigue dirigiendo el país y buscando ayudas en el exterior. Un mes después el cerco el no se ha cerrado, los atacantes están atrincherándose en las afueras, bombardean indiscriminadamente la ciudad y el asalto parece haber quedado aplazado.

El plan contaba con otros dos ejes de penetración y avance, por el Noreste y el Sur. Por el Noreste el objetivo inmediato era la segunda ciudad del país Járkiv (Járkov en ruso), a 30 km de la frontera, capital del Este rusoparlante. Objetivo tampoco conseguido. El cerco no se ha cerrado por el Oeste, la ciudad está siendo destruida mediante bombardeos y las tropas que debían dirigirse desde allí hacia Kiev no han llegado a su meta. Las tropas del Sur partían de Crimea, rusa desde el 14, con tres ejes de avance. Hacia el N, por las orillas del Dnieper, en dirección a Kiev; Hacia el E para adueñarse de la correspondiente costa del Mar Negro y enlazar con la zona independentista, atrapando por la espalda al mayor segmento de las fuerzas regulares ucranianas, en línea de contacto con los efectivos rebeldes, básicamente rusos. Esta ofensiva ha quedado inmovilizada por su incapacidad para conquistar la ciudad costera de Mariúpol que, como alternativa, están destruyendo sistemáticamente. Por último, hacia el Oste, el esfuerzo militar ruso tiene como objetivo Odesa, segunda ciudad ucraniana y mayor puerto del Mar Negro, para cuya toma están también preparadas las fuerzas navales que tienen su base en Sebastópol, reforzadas con navíos de las flotas del Báltico, N y Extremo Oriente. Esta línea ha conseguido la única conquista de una ciudad de cierta importancia, Jerson, pero ha quedado paralizada ante la más importante Mykolaiv (470000 ha). Al llegar a este punto resulta llamativo que Moscú no haya desarrollado un plan B más allá de bombardear ciudades sistemáticamente. La más cruel perspectiva es que la guerra se estanque en una situación de tablas, con la mitad de la población tratando de huir del país. Esto es con lo que se encuentra la cumbre de la OTAN en Bruselas el jueves 24, al mes justo de la invasión.