Will Smith
Smith, premio «Donostia»
Aquí en España llaman de manera muy especial la atención algunas interpretaciones sobre lo ocurrido, dentro del debate de lo «políticamente correcto»
Mas allá de las infinitas valoraciones que se han venido sucediendo desde el pasado domingo a propósito del ya celebre «guantazo» de Will Smith al presentador en la gala de los Oscar Chris Rock, a lo que se añadían las públicas disculpas del actor por una reacción que hará cambiar el recuerdo de su gran noche oscarizada por el de su particular bochorno, aquí en España llaman de manera muy especial la atención algunas interpretaciones sobre lo ocurrido, dentro del debate de lo «políticamente correcto» generado a propósito de donde están los límites, no tanto para el recurso de la violencia siempre injustificable como es natural, como del uso de la dialéctica camuflada en forma de libertad de expresión para hacer escarnio de los problemas, debilidades o tragedias ajenas.
Si nos abstraemos del episodio concreto de este domingo y nos centramos en ese debate abierto de rebote en nuestra clave doméstica nacional, tanto en redes sociales como tertulias audiovisuales o artículos de opinión, probablemente caigamos en la cuenta de que, a una ofensa o un comentario de muy mal gusto por no decir vejatorio a través de la palabra, tal vez se le debería exigir disculpa pública, aun tratándose de una agresión menos desproporcionada que propinar una bofetada. La libertad de expresión es un derecho sagrado conseguido a sangre y fuego en la lucha por las libertades y justamente por ello debería observarse, si acaso con más mimo su conservación por parte de quienes la utilizan con un libre albedrío a veces ilimitado. Personalmente no creo tener el sentido del humor de un berberecho –más bien todo lo contrario– pero difícilmente le vería la gracia a las chanzas dirigidas a una mujer que ha sufrido una mastectomía, o a una joven objeto de amputaciones tras sufrir un atentado terrorista, o a la que padece una enfermedad que le produce una siempre desagradable alopecia, casos como mínimo equiparables a otros menos entendidos «arranques de humor» relativos a la raza, a las inclinaciones sexuales o la condición femenina, esto sí tan celosamente reprendidos. Ninguno de ellos merece la respuesta de una mano abierta, pero sí una reflexión entre quienes vuelven a usar distintas varas de medir a la hora de invocar la libertad de expresión y en algunos casos –cosa muy española– incluso creen que su «sofisticada» esgrima dialéctica usada contra quien no la tiene por simple carencia de formación no va a recibir una respuesta, llamémosle «poco ortodoxa». A Smith le condenamos con el premio «Don ostia» bien, pero en el humor vejatorio no vale todo.
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