Pedro Sánchez

Todo llega a su fin

El Gobierno, preso del cortoplacismo y falto de altura de miras, sigue basando su respuesta en el gasto público

El dato es irrebatible: el Gobierno Sánchez ha provocado la mayor subida de la inflación en 40 años. Un balance que empobrece a los españoles casi un 10 % en el último año, que nace directamente de la alianza entre un proyecto histórico de reparto de la miseria que fracasó de manera estrepitosa en el siglo XX y la errática gestión de un Gobierno acostumbrado a actuar tarde y mal. La inflación es el auténtico misil social que ha terminado con ese escudo que el sanchismo nunca llegó a construir. Las cifras son tremendas: una pérdida de 17.000 millones de euros de poder adquisitivo por parte de las familias españolas y un incremento de 10.000 millones en la factura de las pensiones, cuya populista revalorización indexada a la inflación, tras derogarse el factor de sostenibilidad previsto por el PP, será muy gravosa para la clase media española. Es verdad que otros países sufren las consecuencias de la inflación, pero lo cierto es que ninguno de los de nuestro entorno presenta un dato como el español.

El presente es demoledor, con un escenario dramático para los consumidores, y los servicios de estudios con mayor credibilidad avisan del riesgo de que España bordee la recesión antes de que acabe este año, lo que se traducirá desgraciadamente en destrucción de empleo. Pero el Gobierno, preso del cortoplacismo y falto de altura de miras, sigue basando su respuesta en el gasto público. En vez de reformas de calado, pone en marcha planes que mueren un día después de ser presentados, porque la inflación desbocada se los lleva por delante, porque se basan en subvenciones que terminarán pagando los españoles y porque representan gasto para hoy y pobreza para mañana. Medidas que arrastran la falta de credibilidad de quien incumple la palabra dada en La Palma respecto a bajar los impuestos.

Y también la falta de coherencia de quien sigue exigiendo a la oposición apoyos en un momento en el que lo que necesita España son acuerdos. Una falta de rigor intelectual tan brutal que no puede estar desconectada del asalto a la educación que viene protagonizando el Gobierno de Sánchez, antes con Celaá y ahora con Alegría, y que consiste básicamente en secuestrar los saberes más profundos, como la filosofía, la historia e, incluso, la parte no psico-afectiva, que debe ser casi todo, de las matemáticas. Todo para reducir la enseñanza a una iniciación, a través del aprobado general, de esa España del gratis total, con un sistema productivo basado en las pagas universales y otro de justicia que gire alrededor de conceptos como los indultos o la puerta giratoria de los permisos penitenciarios a la carta.

Una educación fundamentada en la ignorancia es como una economía atenazada por la inflación. Tan grave como hacer girar el parlamentarismo alrededor de una incongruencia, léase presentar una enmienda a la Ley concursal para preparar un ascenso a la medida que premie a la Fiscal General del Estado, que nunca debió saltar del escaño partidario y el banco azul al Ministerio Público y que cualquier día de estos dará un salto aún más delicado, lo que provocará, como ya han dicho los propios miembros de la carrera fiscal, un alto riesgo de injerencia en la justicia.

Cuatro palabras que empiezan por I –inflación, ignorancia, incongruencia e injerencia– son la mejor prueba de un Gobierno ineficaz. Un Gobierno que no es irreversible, porque la alternativa que pondrá los puntos sobre las íes ya está aquí. Nunca antes el guion de la magnífica película Los Otros de Amenábar inspirara la realidad española, el final del gobierno central está aquí.