Rebeca Argudo

Nuevo líder de siempre

Que el Partido Popular tenga nuevo líder no es sinónimo, al menos no en esta ocasión, de renovación. Es más bien un intento de moderación, si entendemos «moderación» como lo entiende un sector del PP al que sigue acomplejando un pelín ser (o reconocer que es) de derechas y considera que el eterno viaje al centro pasa por psoeizar ciertos asuntos.

Básicamente, aquellos que podríamos enmarcar en lo que ahora llamamos (odio el término pero aún no he encontrado uno mejor) las batallas culturales. A Cuca Gamarra diciendo que el ecologismo y el feminismo están en la esencia del PP (como si el no remarcarlo de manera explícita, a lo niña Montero, implicara que es necesariamente todo lo contrario) me remito. Así, Feijoo, que es el nuevo sin ser nuevo, algo así como volver con un novio al que nunca dejaste de querer pero que te aburría soberanamente y al que tu familia tenía cariño, ha venido a poner las cosas en su sitio. En el que estaban antes, no en otro. En el que nunca debieron dejar de estar, están convencidos de ello, antes del experimento con gaseosa que fue Casado y que se les fue de las manos.

A mí todo intento de moderación me parece loable en este momento porque lo interpreto, no como ese abrazar a Sánchez (qué inconsciencia) y aceptar sus reglas del juego (qué barbaridad), sino como un alejarse del agresivo extremismo ideológico que ha supuesto –lo seguirá suponiendo mientras continúen ahí– e impuesto el advenimiento del activismo tardoadolescente a la política nacional. O sea, el aterrizar de Unidas Podemos en el Gobierno, PSOE mediante. Así, al mismo tiempo que eso me parece positivo, me parece un flagrante error si implica equivocar el tiro y pensar que el adversario real del PP no es el PSOE sino Vox. Y sería este un error probable si este nuevo viejo PP cae en la tentación de verse a través de los ojos del de enfrente en lugar de hacerlo desde los suyos propios. Esa distorsión en la mirada que solo debería permitirse, y ni eso, una quinceañera enamorada de un poeta cursi (quinceañeras, hacedme caso, no lo hagáis).

Digo que sería un error porque no debe olvidar Feijoo que a través de las gafas de Sánchez y su contubernio con los del agitprop moradito todo es ultraderecha e inmundicia moral, pero una parte nada desdeñable de los votantes de Vox la componen antiguos (y desencantados) votantes del PP. Nunca ha sido el desprecio la mejor de las tácticas para que alguien vuelva y Feijóo va a necesitar de la vuelta de un buen número de esos viejos votantes si no quiere perder la hegemonía de la derecha. Y esa pérdida, el auge de Vox, al primero que beneficiaría es a Sánchez. Por eso es el primer interesado en ese sorpaso. El equilibrio, pues, no es fácil: así las cosas, la primera de las tareas del nuevo viejo líder será hacer encaje de bolillos.

No va a ser sencillo tejer el jersey a medida en el que los que se cansaron de la tibieza y saltaron por estribor encuentren de nuevo arropo y, al mismo tiempo, ampare a un centro derecha huerfanito de representación, y también a todo lo que queda entre linde y linde. Desde luego, no parece la mejor idea para conseguirlo quemar todos los puentes ni dejar que sea Sánchez quien reparta los carnés de integridad. Como si supiera él algo de eso.