Vox

Con la gestión hemos topado

En realidad, lo sorprendente de todo este asunto no es que partidos como VOX lleguen al poder, sino que hayan tardado tanto en llegar.

Somos insoportablemente aburridos. Lo demuestran una vez más las reacciones a la llegada de VOX al gobierno de Castilla y León. Por una parte, la izquierda, el PSOE, sus afines y sus amigos se rasgan las vestiduras con el acceso al poder de la «ultraderecha» y se lamentan de que el PP no se sume al supuesto consenso europeo para negar el pan y la sal a los ejércitos del Mal. Por otro lado, están quienes expresan su satisfacción porque por fin ha llegado la hora de que VOX se enfrente a la gestión –esa palabra fetiche, absolutamente española–, y se vean envueltos en los muchos compromisos que entraña la responsabilidad en el día a día de la acción política.

Los votantes de VOX, sin embargo, esperan algo muy distinto. No, claro está, que sus representantes se zafen de la gestión como lo han hecho y lo siguen haciendo las compañeras de Unidas Podemos: la gestión es el mínimo exigible a cualquier político, del signo que sea. Lo que los votantes de VOX esperan es más bien que, asumiendo ese papel, sean capaces de preservar la capacidad para seguir discurriendo por su cuenta, diciendo lo que han dicho hasta ahora y expresándolo además de tal modo que se les entienda.

Hay una parte de la opinión pública española y europea que está empeñada en negar lo que significa el avance de fuerzas políticas como VOX, aquí y en muchos países occidentales, entre ellos Francia. Está, como no, la inseguridad y la precariedad provocada por la globalización y la clara conciencia de que el ahorro y el trabajo duro no son ya valores que sirvan para progresar y alcanzar una vida mejor. Pero también está la incomodidad ante una inmigración descontrolada percibida como una amenaza al estilo de vida propio, algo perfectamente legítimo. Y está, además –y es tan legítimo como lo anterior– el rechazo a una revolución cultural tan incomprensible como ultrasubvencionada, revestida además de desprecio hacia todos los que no acaten sus dictados, los «deplorables» de turno. Está la clara comprensión de los costes que habrá que pagar, religiosamente, para sostener la secta de la lucha contra el cambio climático, cuando son las elites más intransigentes las que más inmoderadamente contaminan. Y por si todo esto fuera poco, en los últimos dos años hemos asistido a un fabuloso despliegue de arbitrariedad y de ineficacia con motivo del Covid.

En España se añade además la cuestión nacional, que lleva a la situación, absolutamente extraordinaria, de un gobierno central que se apoya en quienes quieren acabar con la nación, y que no dudan, ni siquiera hoy, en mostrar su afinidad con quienes lo han querido hacer mediante la violencia y el terror políticos. Son demasiados elementos como para no empezar a entender dónde está el origen del descrédito de las elites políticas tradicionales. En realidad, lo sorprendente de todo este asunto no es que partidos como VOX lleguen al poder, sino que hayan tardado tanto en llegar. Hay en la sociedad española depósitos al parecer inagotables de buena fe y confianza, signo de una sociedad profundamente cohesionada, aunque habrá quien lo diga de otro modo. También esto habrá de ser tenido en cuenta para lo que llega ahora. Pero concentrarse sólo en la «gestión» sería, para VOX, como un suicidio.