Mascarillas
Adiós, adiós detestable mascarilla
«El Gobierno ha hecho uno de sus ejercicios a lo Poncio Pilatos»
Es evidente que vamos con retraso, pero se han acabado las mascarillas. Nunca me han gustado, aunque eran imprescindibles. Hay que reconocer que se tendrían que haber implantado antes, pero el caos pandémico fue monumental y los llamados «científicos» no sabían cómo actuar. La conclusión del proceso ha sido caótica, porque hay más dudas que certezas. El Gobierno ha hecho uno de sus ejercicios a lo Poncio Pilatos. No se requerirá su uso en el ámbito laboral con «carácter general», pero los servicios de prevención de riesgos de empresas e instituciones tendrán la última palabra. Es una forma muy hábil de pasarles el problema. Estamos ante un adiós desconcertante, porque seguiremos coexistiendo con ellas y seguiré con los bolsillos llenos de ellas. La estética de la mascarilla es espantosa y ofrece una imagen distópica. No ves las caras y muchas veces no les reconoces. Me cuesta entenderles e incluso soy más torpe de lo habitual al moverme. Por tanto, me resultan tan incómodas como antipáticas. He de reconocer que no comparto el alarmismo que hemos leído o escuchado sobre los efectos psicológicos que ha provocado su uso. Son los típicos problemas de las sociedades opulentas.
Me temo que muchas empresas o entidades se acogerán a ellas en una interpretación excesiva de la prevención de riesgos. Es aquello de que más vale pasarse que quedarse cortos. Por mi parte, intentaré mantener la distancia social. Lo que puedo asegurar es que en este período me he librado de resfriados y gripes, que nunca me han impedido seguir trabajando pero que han sido una indudable molestia. Estoy harto de ver imágenes de gente embozada. Nos hace infelices. Es verdad que la seguridad ha sido fundamental y se han salvado muchas vidas, pero seguir con ella era absurdo. No me ha extrañado, porque los políticos son, salvo excepciones, cobardes y les gusta jugar sobre seguro. En cambio, Ayuso acertó cuando defendió medidas, con el aval sanitario, que permitieron que Madrid mantuviera una mayor actividad que otras comunidades. Los resultados están sobre la mesa. Fue un gesto de responsabilidad y empatía de la presidenta. La sociedad está harta de las mascarillas, pero si alguien quiere seguir utilizándola está en su derecho. Lo importante es que ejerzamos una libertad responsable.
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