Covid-19

España se despide de la mascarilla obligatoria

Muchas personas seguirán llevándola por decisión propia a partir de mañana. Decir adiós al símbolo de la pandemia también genera ansiedad

El día de hoy será uno de los que no olvidaremos. España da el paso más importante en la relajación de las restricciones eliminando la obligatoriedad de la mascarilla en los espacios interiores. El Consejo de ministros aprobará hoy un Real Decreto que representa el paso de la obligación a la recomendación. La medida se hará efectiva mañana, tras ser publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE).

Aunque todavía no se conocen oficialmente cuáles serán los sitios concretos en los que su uso seguirá siendo obligatorio, el último informe de «Posicionamiento de la Ponencia de Alertas, Planes de Preparación y Respuesta sobre el uso de mascarillas en espacios interiores», al que tuvo acceso LA RAZÓN, señala que se mantendrá «en trabajadores y visitantes de centros asistenciales y personas ingresadas cuando estén en espacios compartidos fuera de su habitación». También en centros sociosanitarios –los residentes no deberán llevarla, pero sí los trabajadores y los visitantes– y en los medios de transporte.

En el ámbito laboral, la ponencia aconsejó utilizar la mascarilla siempre que el trabajo deba realizarse a distancia interpersonal de menos de 1,5 metros y no pueda garantizarse la ventilación adecuada. En ese sentido, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, confirmó el domingo que serán los departamentos de riesgos laborales de las empresas los que decidan en qué espacios se deben usar de forma obligatoria.

En la práctica se sabe que su uso será mas amplio que el que marcan los supuestos. Al menos durante un tiempo: el que tardemos en adaptarnos a la nueva situación. Y es que, aunque la noticia haya sido acogida con alegría y entusiasmo por la mayor parte de la sociedad, para otras personas el hecho de pensar en que se aproxima la fecha para desprendernos del «escudo» que nos ha ayudado a protegernos en estos duros meses de los contagios despierta inquietud, nerviosismo, preocupación, temor o pánico.

Es lo que se conoce como ansiedad, un sentimiento que ha sido desprestigiado injustamente y que genera una repulsa improcedente de la sociedad. De hecho, los psicólogos defienden que supone una imponente estrategia de supervivencia que orquesta nuestro organismo para llamar nuestra atención cuando necesitamos introducir cambios en nuestra manera de vivir.

Ansiedad de adaptación

Los especialistas indican que la ansiedad producida por la llegada de este día, que se marca como el inicio de una nueva etapa en la convivencia con el virus, puede traducirse como una sensación de pérdida de control. Y es que la mascarilla ha sido la forma de intentar controlar la posibilidad de contagio. La necesidad excesiva de control es, en psicología, una de las principales variables que existen detrás de las conductas desadaptativas y/o de los trastornos de ansiedad.

Llegado el caso de querer prescindir de la mascarilla, los expertos recomiendan proceder de forma progresiva y gradual. De esta forma, le daríamos margen a nuestro cuerpo a interiorizar nuevos planteamientos relacionados con la probabilidad del contagio y no con la posibilidad del mismo, como se ha producido hasta ahora. Además, se romperían las asociaciones que se han generado y reforzado durante estos dos últimos años entre el peligro y el uso del cubrebocas.

Conocer la emoción

«La ansiedad nos puede bloquear y limitar en el día a día. Puede llegar a ser muy invalidante. Aparece, sobre todo, cuando tenemos miedo a situaciones sociales que no podemos afrontar: miedo a que piensen mal de mí, a no estar a la altura de lo que se espera de mí, a la soledad, entre otras», explica la psicóloga Miriam Albil. «Pensamos que la emoción nos bloquea y, como nos vamos a bloquear, vamos a tener miedo y no vamos a saber comportarnos. Por lo que evitamos la situación. Esto hace que la consideremos molesta e incómoda y queramos eliminarla de nuestro lado», añade.

Sin embargo, advierte que intentar prescindir de ella es un error. No solo porque sea una emoción preservadora de la vida. También porque va a estar con nosotros para siempre, por lo que puede resultar frustrante intentar alejarnos de ella.

Por lo tanto, propone aprender a relacionarnos desde el amor con la emoción de la ansiedad: «Es una parte de mí que me está avisando de que me estoy haciendo daño, de que tengo miedo. Debemos abrirnos a ella con aceptación y curiosidad, aprender a gestionarla, a comunicarnos con ella y a entender que es una ayuda»

Para conseguirlo, el primer paso es conocerla. La ansiedad tiene su origen en el miedo, pero no es sinónimo de él. Mientras el miedo es la emoción que sentimos en presencia de un peligro, problema o amenaza en el momento presente, la ansiedad es una sensación ante una posible amenaza que está por suceder. Es decir, las personas podemos sentir miedo por «imaginar» que algo puede llegar a ocurrir. El peligro está solo en nuestra cabeza. «Esta ansiedad surge cuando tengo en la cabeza una situación que para mí es un peligro y siento que no tengo recursos para poder solventarla, que no me hacer crecer o que no me ayuda. El cuerpo reacciona con palpitaciones, taquicardia, sensación de ahogo, mareos, angustia o presión en el pecho», detalla la psicóloga.

Ese pensamiento sobre ese peligro intangible activa la amígdala que impulsa los circuitos cerebrales que se ponen en marcha ante un peligro real, por lo que tanto la mente como el cuerpo reaccionan con los mismos síntomas que si se enfrentara a una situación que pusiera en riesgo nuestra vida.

Si la ignoramos, paraliza

«Como si se tratase de una buena amiga, nos indica que estoy involucrada en una situación que me está haciendo daño, pero que no soy capaz de cortar o para cuya resolución no tengo recursos, o que estoy priorizando las necesidades de los demás por encima de las mías. Primero susurra y nos da ligeras señales. Si la ignoramos, habla. Y cuando no la escuchamos cuando habla, grita. Cuando llega a este punto es cuando paraliza», advierte Albil. Según la psicóloga, la ansiedad debería tomarse en consideración desde que «nos susurra». Estas pequeñas señales manifestarse como sofocos aislados, noches sin poder pegar ojo, llorar sin saber por qué... «Cuando alguien recurre a nosotros porque tiene miedo o está asustado, le prestamos atención e intentamos calmarlo, abrazarlo y protegerlo. No se nos ocurre relativizar su sentimiento o ignorarlo. Sin embargo, sí lo hacemos cuando aparece la ansiedad», ejemplifica.