Opinión

Nuestra gran Reina Isabel la Católica

Ayer, en varias ciudades españolas encabezadas por Madrid y Granada, se celebraron diversos actos en recuerdo y homenaje a una tan grande mujer como Reina, Isabel la Católica. El motivo, promover y difundir el conocimiento de su figura con ocasión del 571 aniversario de su nacimiento un 22 de abril de 1451 en la localidad de Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, e impulsar su prácticamente culminado proceso de beatificación. Barcelona no podía faltar a esa efeméride, donde ella y su esposo el Rey Fernando de Aragón recibieron a Cristóbal Colón en 1493, seis meses después de dar comienzo la gigantesca epopeya de la evangelización de un nuevo mundo.

Conocer su obra de gobierno es tomar conciencia de un reinado desarrollado en una encrucijada histórica situada entre la Baja Edad Media –en las postrimerías de la Cristiandad– y la Edad Moderna, nacida del cisma luterano y culminada con la Revolución francesa. Sus elevadas dotes de gobierno unidas a sus delicadas virtudes humanas y espirituales marcaron la impronta de su reinado en el que se consiguió la unidad en la diversidad de las coronas de Castilla y Aragón. «Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando» fue su lema, que ya se encuentra en la Historia de España por méritos propios.

En estos días en que el Reino Unido festeja el 96 cumpleaños de su reina Isabel II, tenemos el deber moral de recordar a nuestra Isabel I, difundiendo su biografía y su causa de beatificación iniciada en 1957 y ya sólo pendiente de que el Papa determine fecha para elevarla a los altares, una vez reconocido un milagro atribuible a su intercesión con la curación instantánea de un sacerdote ingresado en coma por un cáncer de páncreas. Sus familiares bajaron a rezar por él ante la tumba de Isabel en Granada, y se produjo el milagro, quedando expedito el camino hacia el reconocimiento oficial de su santidad. La lectura de su testamento con su codicilo da fe de sus virtudes cristianas vividas en grado heroico y de su condición de precursora del Concilio de Trento con su trabajo en pos de la reforma del clero secular y de la vida religiosa.

En estos tiempos de feminismo, apostasía y «black lives mater», su figura se engrandece como auténtica precursora del reconocimiento de la igualdad de todos en dignidad y derechos, con independencia de la raza o sexo. A los indígenas les otorgó la condición de súbditos como a todos los suyos, velando por su protección en las Leyes de Indias, precedente de los derechos humanos con la Escuela de Salamanca.