Guerra en Ucrania
Los periodistas rusos se hacen preguntas
Es sencillo: No se puede «liberar» una ciudad que resiste sin destruirla
Dmitri Steshin, reportero de guerra del «Komsomolskaya Pravda», periódico, como, prácticamente, todos los rusos, próximo al Kremlin, recorre los barrios liberados de fascistas de Mariupol. Es un paisaje de ruinas. Y se pregunta: ¿Existe alguna otra forma de conquistar una ciudad? En una esquina, examina los restos, enrojecidos por el fuego, de un BTR-82 ruso. Se trata de un vehículo blindado de transporte de infantería que, normalmente, transporta 7 hombres, más el conductor, el operador de radio y el artillero que maneja la pieza de 12,70. El vehículo presenta, al menos, dos impactos directos de lanzagranadas: uno en la escotilla lateral y el otro, junto al tren delantero. Fueron disparos muy precisos. Los restos de la galleta de identificación de un oficial, un «manual del sargento» y una brújula destrozada, todos manchados de sangre, no dejan lugar a dudas de que hubo bajas entre sus ocupantes. A menos de cien metros, los edificios están acribillados. Una ventana ha recibido el impacto de un proyectil de carro y sus ángulos rectos forman ahora un círculo. La calle, a lo largo de un centenar de metros, está sembrada de casquillos de 125 mm, lo que demuestra que los carros rusos han tenido que emplearse a fondo. Steshin muestra la desolación de los edificios convertidos en esqueletos. Entre ellos deambulan algunos vecinos, viejos y niños, que aguantaron la batalla escondidos en los sótanos. Se ha instalado un mercadillo que al reportero le recuerda a los que surgieron como por todas las ciudades tras la caída de la Unión Soviética. Suena la artillería, hacia la zona del puerto y la acería de Azovastal, pero los civiles se encogen de hombros. Los proyectiles ya no son para ellos. El reportero le hace la misma pregunta a un anciano, veterano de otras guerras, que rebusca recuerdos entre los escombros, «¿es qué hay otra forma de tomar una ciudad?» y en la conversación surgen Stalingrado, los nazis y la resistencia. Y no. Es cierto que no hay otra forma de tomar una ciudad que destruirla cuando sus ciudadanos no quieren entregarla a un invasor. Y no hay otra forma porque el fuego y la metralla convierten, con el hormigón hecho pedazos, lo que fueron hogares, tiendas, bares, iglesias, museos, teatros y colegios en fortificaciones de fortuna desde las que combatir al abrigo del enemigo. Como todos los reporteros de guerra, Steshin tiene un modelo, tal vez, Vasili Grossman, pero, hoy, en Mariupol, no le sirve. Y no le sirve porque describe un remedo de Stalingrado con los papeles cambiados. No son los nazis quienes tratan de tomar la ciudad que resiste. El que ataca sin provocación es ruso y quienes se defienden son ciudadanos de una nación soberana que ha elegido regirse por los valores occidentales. Aunque a Dmitri Koriyev, también ruso, también periodista, hay algo que no le encaja en toda esta historia. Y es que, advierte, cínico, que en esta tercera guerra mundial ni siquiera se está luchando por unos valores estadounidenses, que, como ocurre con las viejas películas de Disney, están siendo arrojados a la basura por las políticas de cancelación. Entonces, ¿por qué han muerto a miles los ucranianos en las calles de Mariupol? Pero esa pregunta no se la hacen, todavía, los periodistas rusos. Ellos, sí, cuentan lo que ven. Pero ven nazis donde no los hay. Y, claro, así es muy difícil.
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