Guerra en Ucrania

Ucrania en tablas

En estas condiciones Putin puede abrigar dudas respecto al largo plazo y preferir proclamar victoria y arramblar con lo que pueda

La guerra de Ucrania parece haber entrado o estar a punto de entrar en lo que en el lenguaje del ajedrez se llama «tablas». Una situación que lleva a una guerra de desgaste y favorece, pero sólo a la larga, a quien tenga mayor resistencia. Rusia avanza aldea a aldea, casi metro a metro, en las dos provincias del Este, en la región de Donbás, donde había alimentado la guerra desde el 2014, cuando se anexionó Crimea, que reconoció como independientes justo antes de la invasión y que ahora se dispone, junto con territorios del Sur, a hacer propios, como su botín de guerra e instrumento de posterior estrangulación de lo que quede de Ucrania. Las fuerzas de Kiev/Kyiv reducen al mínimo el avance ruso, le vetan cualquier brillante hazaña bélica que exhibir y han expulsado al enemigo del entorno de Járkov, la segunda ciudad rusa, casi tan arrasada como Mariúpol, aliviándola de la implacable artillería rusa, que ha tenido que retroceder hasta su cercana frontera.

Desde hace algunos días, el número de refugiados que siguen saliendo del país está igualando al de los que retornan a zonas liberadas, que de vez en cuando son objeto de un bombardeo por un misil de larga distancia, como la capital o Lviv, disparado desde la flota del Mar Negro. Pero los desplazados, dentro y fuera, se acercan a los 20 millones, casi la mitad de la población y muchos se han quedado sin casa a la que regresar, sin trabajos a los que volver y sin seres queridos con los que encontrarse.

En esas condiciones ¿a quién, a falta de resultados mejores, le puede interesar más ese estancamiento en las zonas de combate? Los ucranianos tienen motivos para pensar que si siguen recibiendo el armamento que necesitan y ayuda económica y humanitaria para hacer frente a su ruina, llevan las de ganar. Su problema es que necesitan una victoria rápida o en el peor de los casos una parálisis con poco desgaste, pero un eclipse mediático de la guerra puede serlo también de la ayuda y puede llevarlos a la extenuación.

Putin tampoco las tiene todas consigo. Las enormes deficiencias de su ejército, de las que él no era consciente, pero que a los organismos de inteligencia occidentales, vulgo espionaje, también les habían pasado muy desapercibidas, ahora está comprobando que no son nada fáciles de reparar, mientras que las sanciones económicas pueden erosionar su capacidad de resistencia, y los superestimulantes patrióticos que suministra a sus conciudadanos, adobados con colosales embustes, como la operación semántica por la que «nazi» significa «ucraniano que se niega a considerarse ruso», lo que incluye, con agravantes, a la mayoría de rusos «étnicos» ucranianos, perfectamente bilingües, como el mismo presidente Zelenski, rusoparlante y judío de nacimiento, con un buen número de familiares directos, judíos, muertos en la Segunda GM luchando contra los nazis de verdad, que causaron ocho millones de víctimas mortales en el país, que sirvió, no poco, de escudo de la madre Rusia. Sin olvidar que la eminentemente defensiva OTAN es presentada como las hordas mongolas de Gengis Kan, ávidas por tragarse a Rusia, sólo que esta vez atacando desde Occidente.

En estas condiciones Putin puede abrigar dudas respecto al largo plazo y preferir proclamar victoria y arramblar con lo que pueda. El mando ucraniano ha decidido ahorrar a sus héroes una angustiosa muerte en el bastión de la intrincada acería de Mariúpol, entregando a los heridos, en la espera de un intercambio de prisioneros, que puede que se revele imposible, porque Moscú no va a negociar con nazis y Rusia no se ha distinguido históricamente por su compasión respecto a sus propios soldados o civiles. Así, por ejemplo, la implacable estrategia de tierra calcinada ante el avance napoleónico. Los franceses no encontraban aprovisionamientos y los mujiks tampoco.

Con vistas a un desenlace rápido, la gente de Putin ya está organizando como parte de Rusia el gobierno de los territorios del este y del Sur que ocupan militarmente. Quizás, en último término, viéndose obligados a renunciar a la codiciada Odesa, con mucho el principal puerto de relación comercial de Ucrania con el mundo, salida de la casi totalidad de sus exportaciones y tercera ciudad del país, puerto que pondría al alcance de la mano a la pequeña república exsoviética de Moldova, de idioma rumano, por la que Moscú ha dejado ya atisbar sus apetencias, y dejaría a Ucrania bloqueada, sin salida al mar. Así la irreconstruible Mariúpol se convertiría en ciudad turística, quizás para explotar el encanto de sus escombros y ya hay planes para utilizar la central nuclear de Zaporiya, incluso para vender electricidad al despojado enemigo ucraniano.

La urgencia consiste en que los procesos podrían invertirse. La rápida anexión estaría destinada a precipitar el fin de la guerra y no al revés, porque convertidas las zonas ocupadas en parte de Rusia, las insistentes invocaciones del arma nuclear en boca de Putin y sus adláteres encontrarían una apariencia de legitimación en la doctrina rusa al respecto: las armas nucleares tácticas o de combate pueden ser usadas en defensa de la patria. Y eso sí que es oficial y público.