España
Cuando duele la raíz
Niño abandonado, hospiciano, adoptado por un matrimonio bueno. Al menos tiene raíces. Porque hay que ver lo que duele un miembro amputado
Los tópicos amenazan con enhebrar ideas que no siempre van de la mano. Boda y felicidad. Niños y risas. Pero existen matrimonios infieles, como hay ríos podridos o selvas destruidas. Y hay infancias que son infiernos. Para José Alfredo Polo, «niñez» fue merodear por los bosques y recoger comida en la basura con su hermana. Y el orfanato fue peor. Hasta que los adoptaron a ambos no hubo nada parecido a un padre o una madre. ¿Qué hace que la rectitud anide en un alma, que la sensatez se imponga sobre la ira o el rencor? Ese misterio hizo de los dos niños dos adultos sólidos y audaces.
Fue cuando José Alfredo Polo tuvo una hija que algo se movió en aquella ciudadela de razones y sentimientos tan sólidamente trabados. Un fundamento, una piedra miliar se desplazaron levemente, dejando al descubierto una herida. ¿Quién era esta hija? ¿Qué llevaba en la sangre, qué enfermedades y fortalezas traía por herencia? ¿Qué había que contestar cuando los médicos preguntaban por «dolencias familiares»? ¿Por qué la cría recibía un amor que a ellos se les había negado tanto tiempo? La niña disfrutaba de una abuela amantísima, adoptiva, de acuerdo ¿pero cuáles eran sus genes?
Lo que José Alfredo no había inquirido de joven, lo que desechó de adolescente, empezó a perseguirlo ahora. Buceó en la escasa memoria que le quedaba y que lo llevaba a Asturias. Su hermana y él empezaron a buscar a los padres biológicos de cinco niños que fueron separados entre sí. Se encontraron las puertas de la administración cerradas, nadie les daba el paradero. Una tarea de investigación detectivesca fue cerrando el círculo... y los padres originales aparecieron. Medió primero una conversación telefónica con el hombre: «Si vienes a reclamarme ahora...» Quisiéramos contar aquí la historia de una amor redivivo, de un abandono por fuerza mayor, de la reconstrucción de un vínculo, pero la vida se escribe a veces en idioma difícil de traducir. El alcohol, muchos hijos, una familia desestructurada estaban detrás de los niños que acabaron en la calle. «No hay paz donde hay desequilibrio», dice José. Hubo unas cervezas con aquel hombre y sigue habiendo trato con aquella mujer... pero «lo justo». Las medidas sílabas de José son más elocuentes que un discurso. Los silencios gritan. Aún así, no se arrepiente. «Puedes restañar las heridas, comprenderlas. Puedes llenar huecos y entender... entender es importante. Sin embargo no le recomiendo este camino a nadie que no esté dispuesto a no encontrar nada.» Qué sereno el tono de voz. José Alfredo, 45 años, niño abandonado, hospiciano, adoptado por un matrimonio bueno. Al menos tiene raíces. Porque hay que ver lo que duele un miembro amputado.
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