Política

La prima de Sánchez

Lo dramático es que queda más de un año para el fin de la legislatura y esto puede empeorar todavía más

Es una constante que al final de todo mandato socialista aparezca de repente una prima del presidente, se apellide Zapatero o se llame Pedro. Se trata de la prima de riesgo, que vuelve cuando se juega al despilfarro desaforado, la inflación galopante, los impuestos crecientes y las reformas menguantes. Evidentemente, la regla ha vuelto a cumplirse, y por eso tenemos entre nosotros a la prima de Sánchez, que revoloteó sobre la reunión urgente que esta semana convocó el Banco Central Europeo para tratar el sobreprecio que pagan España, Grecia e Italia para financiarse en los mercados, que en estos últimos días ha escalado a cifras de 2014 y nos ha retrotraído a los peores recuerdos de la crisis de 2008. La Unión Europea, que no está para bromas, ha dejado claro que no quiere una escalada contagiosa de inestabilidad, y España vuelve a estar en el ojo del huracán de la economía, otro clásico de los gobiernos socialistas. Regresamos a la champions del paradójico argot de la propaganda socialista, lo que realmente significa estar a la cola del continente, todo por méritos propios del Gobierno, que sigue definiendo como coyunturales problemas estructurales de nuestra economía que el sanchismo no ha hecho sino recrudecer. Son muchas las luces rojas en el tablero de la economía: una deuda pública que asciende al 117 por ciento del PIB, un déficit que el Fondo Monetario Internacional sitúa en el 5,3 por ciento a final de año, y una inflación que se mueve en los entornos del 7 al 9 por ciento. Eso por no hablar del desempleo, con cifras que el Gobierno maquilla a base de eufemismos legales, o el producto interior bruto, donde las correcciones a las predicciones del Ministerio de Hacienda causan sonrojo. Frente a todo ello, un Gobierno sumido en la más absoluta e irresponsable irrealidad, incapaz de asumir que sería imprescindible dar un giro de 180 grados a sus políticas, ajustando el gasto público para controlar el déficit, y bajando los impuestos para compensar a las familias por el atraco que supone la elevación tan brutal de los precios. Dos asuntos para los que Sánchez tiene la mano tendida del principal partido de la oposición, aunque, de momento, prefiera mantener el discurso populista, y falso, de que se puede salir de esta crisis sin sacrificios y con cheques de Bruselas, cuando la realidad que se avecina es justamente la contraria. Como ocurrió al final de los mandatos de González y Zapatero, la fiesta ha terminado. El fin de la de Sánchez, ha quedado bastante claro, ha quedado ya marcada a fuego por la subida de tipos de interés en Europa y en Estados Unidos, que pone punto y final al dinero sin coste. Toca ahora un escenario lleno de incertidumbre y dudas, para el que no sirve un Gobierno que carece de proyecto político y de plan económico, ocupado únicamente en salvar el día a día de su propia supervivencia, volcado en el cortoplacismo, y que busca su propia cohesión interna en la demagogia de los peores clichés de la izquierda, con medidas tan absurdas y tan contraproducentes como la prohibición de la colaboración público-privada en ámbitos como el sanitario. Un Gobierno que, para seguir resistiendo, crea cada día nuevos problemas, pero que, incapaz de gobernar, no soluciona ninguno de los que ya existen. Un Gobierno que los españoles no merecen y del que hay que rescatar a España en cuanto se convoquen las elecciones generales. Lo dramático es que queda más de un año para el fin de la legislatura y esto puede empeorar todavía más.