Política
La coherencia e incoherencia de Sánchez
«Sánchez no conseguirá cambiar el ciclo si no modifica sus prioridades y cambia su lenguaje frentista»
Cuando se consigue llegar a La Moncloa se piensa «¡Qué bello es vivir!», pero al poco tiempo sucede lo que me dijo un presidente de Gobierno: «Que diferente se ven las cosas de cuando estaba en la oposición». Es muy cómodo ir a la contra. Por supuesto, es mucho peor no gobernar. El escenario cambia en el momento en que se percibe que se aproxima la victoria. No es aventurado pensar que el PP puede ganar las próximas elecciones generales. Sánchez vive inmerso en la dualidad entre el glamour de la política exterior, como se ha visto con la Cumbre de la OTAN, y la extrema dureza de la política nacional. En su caso, además, llevando la insoportable cruz de unos socios de coalición impresentables e incoherentes y unos aliados parlamentarios muy poco recomendables. Es lógico imaginar cuáles eran sus ilusiones cuando era un concejal o diputado sin importancia o sufría un auténtico vía crucis hasta alcanzar el mayor sueño que puede tener un político. Como todo en la vida, hay que poner en cada platillo de la balanza los sabores y los sinsabores de tan importante responsabilidad. No le resulta grato, para un convencido bipartidista que no tiene simpatía por sus socios y aliados, un panorama en el que se encadena una crisis tras otra.
No hay duda de que es una diferencia decisiva frente a sus antecesores. Todos vivieron momentos difíciles y complicados, pero tanto él como Rajoy se llevan la palma. Estoy convencido que los más duros han sido para Sánchez, pero en ningún sitio está escrito que ocupar la Moncloa tenga que ser un camino de rosas. Es más bien todo lo contrario. El otro día me refería al giro que estamos asistiendo de su discurso y a su interesante fabulación sobre una conspiración que parece surgida de una mala novela o película. Es uno de los primeros síntomas de debilidad que percibo en el presidente del Gobierno y que arroja dudas sobre que sea capaz de mantener el gobierno tras las próximas elecciones. No me parece una estrategia acertada, porque creo que la polarización, unida a la grave situación económica, no le favorece, sino que moviliza aún más a sus adversarios. En cualquier caso, sus asesores y las encuestas le habrán ayudado a tomar esta controvertida decisión, porque supongo que no es una frívola improvisación. Una conspiración sustentada en poderes económicos y mediáticos es una acusación muy grave que pierde su fuerza cuando se comprende que no tiene contenido. Ni un solo dato.
España necesita rigor, eficacia, medidas duras e impopulares y seguridad jurídica para hacer frente a una crisis cuyos efectos sufriremos con gran intensidad después del verano. No es tiempo para la política partidista o de corto recorrido. No hay duda de que necesitamos un pacto de rentas. Es decir, que todos los agentes asuman un conjunto de recortes o esfuerzos que permitan una recuperación económica que sin ellos se hace sumamente difícil, por no decir imposible, en un contexto imprevisible como el actual. Esto tiene que extenderse a todos, desde los empresarios a los trabajadores, pero también a las administraciones públicas que deberían adoptar medidas de contención y priorización del gasto. Al igual que sucedió durante la Transición con los Pactos de La Moncloa es preciso que se haga desde la centralidad. Con enfrentamientos frontales y viscerales con el principal partido de la oposición, agente imprescindible para el acuerdo, y la estigmatización de los empresarios, acusándolos de conspiraciones imaginarias para derrocar al gobierno me parece imposible que se alcance un pacto de rentas.
No hay duda de que la política internacional es muy grata para cualquier presidente del Gobierno, así como imprescindible para todos los países y en mayor medida para uno tan importante como el nuestro. Una vez constatado este hecho es bueno recordar que no es la parte más importante de la labor de un inquilino de La Moncloa. En estos momentos tan aciagos, la prioridad tiene que ser revertir la crisis económica. Los datos de inflación, déficit público y endeudamiento son demoledores. No hay nada que permita agarrarse al optimismo. El equipo económico del Gobierno no sabe o no quiere impulsar las medidas que son imprescindibles y se sigue gastando como si viviéramos un período de bonanza económica. La proximidad electoral y los recientes fracasos que ha cosechado la coalición gubernamental explican esa huida hacia adelante que siento calificar de irresponsable.
Sánchez no conseguirá cambiar el ciclo si no modifica sus prioridades y cambia su lenguaje frentista. No sé si hacerlo le ofrecerá la oportunidad de revertir los datos que ofrecen las encuestas, pero es su responsabilidad ejercer de presidente y no solo de secretario general del PSOE que se siente cómodo ejerciendo de oposición a la oposición, así como promoviendo medidas de ingeniería social que no tendrán recorrido si pierde las próximas elecciones. Los grandes políticos emergen en tiempos difíciles. El escenario actual es una oportunidad inestimable para tener altura de miras y valor para adoptar decisiones impopulares que lancen un mensaje a la sociedad, pero también a los inversores que quieren apostar por nuestro país. El camino actual conduce a que se retraigan por culpa de la inseguridad jurídica y de un clima de confrontación política que es muy poco recomendable para los empresarios españoles y extranjeros, así como para los fondos internacionales. Una agudización de la crisis puede provocar que se paralicen muchas decisiones y que la prima de riesgo comience una escalada que tendrá un enorme coste. La subida provocada por la inflación, que ahora alcanza a las hipotecas, acabará por provocar un enorme malestar en la población.
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