Rey Felipe VI

La «espade» de Bolívar

La izquierda española es profundamente patriota de patrias que nunca son la suya

Como es sabido, Petro le sacó al Rey de España el sable de Simón Bolívar en su investidura y el arma iba metida en una urna como si fuera un pez en un acuario, como un tiburón de Damien Hirst. El plexiglás con que se envuelve el libertador sable le otorga al objeto que contiene una condición de reliquia y también un punto demodé, extemporáneo de objeto que pertenece a un mundo que ya no existe, rancio casi de formol del cerebro de fulano, de cuerpo incorrupto de un santo, de pene de Rasputín y de ejemplar disecado de pájaro extinto en una balda del sótano polvoriento de un museo de ciencias naturales que nadie visita.

El Rey Felipe no se levantó al paso del dichoso sable y se puede considerar que sentado estaba en su sitio. En la izquierda de la izquierda de la izquierda –ahora muy enfadada–, se pidió que se terminara con las injurias a la Corona y ahora se pretende instaurar la injuria a la espada. Tradicionalmente, la izquierda española ha sido profundamente patriota siempre que la patria no sea la suya.

En 1813, Simón Bolívar firmó el llamado Decreto de Guerra a Muerte por el que todos los españoles que no lucharan por la independencia de Venezuela serían muertos. En febrero de 1814, mandaron fusilar a 886 españoles prisioneros en Caracas e incluyeron a quinientos enfermos del Hospital de La Guaira. Se ve que la espada de Bolívar servía para lo que servían todas las demás, pero estamos aquí de pronto ante una espada transversal, feminista, concienciada con la justicia, la diversidad y la emergencia climática. Más que espada, la de Bolívar es una «espade» de ahí que sea la única que merezca respeto para los alegres chicos de Iglesias. ¡Una «espade» para llevar a las fiestas de la batalla del agua Vallecas! Los fusilamientos de Bolívar les parecen bien porque la violencia es como la feria, que cada uno la cuenta según le va. La nueva izquierda llega al pacifismo de maneras muy curiosas, entre ellas esta, por la que si uno piensa en la playa que a fulana se le ha ido la mano con los bollos de Carmela, incurre en violencia, pero idolatrar una espada es un acto de paz. La izquierda podenca viene a ser el típico movimiento pacifista que a cada poco, cuando se alborota, se pone festivo y pide plantar una guillotina en la Puerta del Sol cuando no otras cosas peores.

Igual es que en España no se entiende la importancia de la espada de Bolívar porque en España solo se entienden los héroes de los demás y los niños saben quién fue Horacio Nelson y no quién fue Cosme Damián de Churruca, no digo ya Blas de Lezo. España solo se respeta a sí misma cuando pierde, por eso sabemos de Trafalgar y no de Cartagena de Indias, de cuando Inglaterra atacó la plaza con semejante superioridad numérica que traían acuñadas las monedas de la victoria en las que Blas de Lezo y Olavarrieta entregaba el sable al almirante Vernon, que tuvo que salir finalmente por patas de allí. Muchos años después, gracias a la cuestación popular, le pusieron una estatua al marino de Pasajes y ahora hay gente que lo considera poco menos que un facha. Perdió un brazo, una pierna y un ojo, lo que a muchos les resulta una ordinariez belicista. En España solo se suben en pedestales a los enemigos, con estatua ecuestre de las de entonces o ahora en condición de partidos de responsabilidad de Estado, en mesas de negociación, presupuestos generales del Estado y ongietorris con bengalas.

A Bolívar. En España hay que honrar a Bolívar. A mí lo de pasarle la espada por los morros a tus invitados siempre me pareció una descortesía. A ver si en España en la ceremonia de un mandatario le sacaran a López Obrador la espada de Hernán Cortés para que se pusiera de pie a su paso y encima aplaudieran al sable como si fuera José María Manzanares.