Opinión
Gorbachov, Diana, David…
Los tres han sido protagonistas en esta última semana de agosto. Cada uno por su estilo, que diría mi tía Tatá. Dos muertos y un vivo, Dios quiera que por mucho tiempo, aunque me irrita sobremanera que escriba su nombre con una ortografía confusa: Dabiz. ¿Por qué hacerse notar de esa forma ridícula si le sobra talento demostrado para ser un número uno mundial? No hace falta que les aclare que me estoy refiriendo al grandísimo cocinero español que tiene más estrellas que el propio firmamento y que cobra su menú degustación a 365 euros, con gran escándalo por parte del paletismo patrio. Hay quienes han nacido tocados por la varita mágica del paladar fino y son capaces de ahorrar moneda a moneda hasta llegar a la cantidad necesaria como para acceder a ese paroxismo de placer que provoca un buen bocado, una buena comida en la mesa. El artista de los fogones derrama su sabiduría sobre cada porción de comida, escogiendo aquella parte más tierna, más sabrosa de cualquier animal o vegetal para transformarla en algo sublime y diferente, sin desvirtuar ni su origen, su auténtico sabor o su sustancia. Lo comentábamos la otra noche con el gran Ugo Chan –por fin hemos conseguido cenar en su templo gastronómico-, y estábamos de acuerdo en que este debate innecesario es debido a que la gente conserva la boina porque no ha viajado. Quien quiere comer por el mundo adelante ha de rascarse la polaina. También se puede viajar a base de alpargata y bocadillo, que es una opción igualmente buena. El caso es salir de la aldea y sacudirnos el ignorante que llevamos dentro.
Pero vayamos a Mijail –en Galicia decían que podía ser gallego por su nombre: Mijeliño-, el hombre que se fajó duro para zafar a la Unión Soviética de la dictadura de izquierdas, del hambre y de la miseria, de la pobreza y la cochambre comunista. Todavía recuerdo siendo muy jovencita mi viaje por mar a Múrmansk, pasado Cabo Norte y próximos a la frontera rusa con Noruega y Finlandia, donde llegábamos a puerto con la ayuda de un rompehielos; a las prostitutas en el muelle que ofrecían sexo por un pantalón vaquero; a las gentes que se paraban en los escaparates de los restaurantes apoyando la nariz contra el cristal, viendo cómo los extranjeros comíamos cosas que no estaban al alcance de su mano, con una temperatura de 25º bajo cero, los mocos helados debajo de la nariz y mucho harapo encima para abrigarse. Tristísimo. También años más tarde, visitando un Moscú lleno ya de excesos, de nuevos ricos, de caviar y cangrejo ruso, de Chateau Latour y Petrus, de inauguraciones de joyerías y tiendas de lujo rodeando el Kremlim y San Basilio, de artistas plásticos vestidos de cuero y adorando a Putin en el día de su cumpleaños… No sé si es bueno pasar de la nada al todo, pero eso existe en la Rusia actual y yo lo vi con mis propios ojos, quiero decir lo del lujo desmesurado y lo de la veneración e idolatría a Putin. Así pasa lo que pasa, pero ya los soldados rusos están hartos de morir en Ucrania y el poderío del sátrapa está viniéndose abajo. Ojalá sea cierto, pero vaya desde aquí mi homenaje a quien fue capaz de darle la vuelta a la tortilla soviética, Mijail Gorbachov, a quien tuve el honor de estrechar la mano en el año 1991, en su visita a España con motivo de la Conferencia de Paz en Madrid. Él fue también el artífice, junto con Bush padre, del final de la Guerra Fría, ante unos jóvenes Reyes de España, Juan Carlos y Sofía. Esta y muchas otras cosas más nos hacen pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
CODA. Sobre Diana apenas unas palabras. Se casó conociendo la existencia de Camila, creyendo que podía cambiar a Charles, pero a los tíos sólo se les cambia el pañal cuando son bebés y con su lánguida estupidez ensució la monarquía más tradicional de Europa. Descanse en paz.
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