Historia

Las Escuelas de Ingenieros y la economía española

Existió, y por ello debe señalarse su importancia, un planteamiento general para todas las Escuelas españolas de Ingenieros, en relación con el pensamiento económico existente y con el conocimiento de una nueva realidad de España, aceptando consecuencias prácticas utilísimas. Concretamente, pasa a ser obligado analizar dónde se situó la vanguardia; históricamente, corresponde a la Escuela de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos. Al hacerlo, se entiende de qué manera, los preparados en estas Escuelas, fueron capaces de efectuar innovaciones, más de una vez muy arriesgadas, vinculándolas, siempre, a exigencias planteadas por nuestra economía.

A mi juicio, hay que tener en cuenta, sobre este asunto, que las enseñanzas básicas precisas para la formación de los Ingenieros, desde el siglo XIX, se efectuaron en Escuelas Especiales, que provocaron la creación incluso de centros de preparación para su ingreso en ellas. Fue en el reinado de Isabel II cuando se comenzaron a crear estas instituciones: en el caso de los Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en 1835; los Agrónomos, en 1855; y los de Minas –clave fundamental de nuestra economía entonces–, en 1856. No se olvide que también nacieron –como derivación de la realidad todavía imperial del siglo XVIII–, las Escuelas de Ingenieros militares.

Todo esto tuvo consecuencias sociales y políticas, como señalan Mariano y José Luis Peset: «La incipiente sociedad capitalista –que entonces nacía en España– necesitaba estudiantes nuevos, no los antiguos jóvenes preocupados por estudios teológicos y de jurisprudencia, sino por la ingeniería, la química, el derecho mercantil español y la medicina, porque sólo así podían cubrirse las necesidades nacientes de ferrocarriles, minas y fábricas, así como las citadas de tipo bélico».

El nacimiento de ese importante nivel de ingenieros se produjo, esencialmente, en el Gobierno Narváez, con el Ministerio que regía Luis José Sartorius, Conde de Sartorius, quién gestó la base del llamado Plan Moyano, en 1857, en un Gobierno de la Unión Liberal. Este plan intentaba enlazar con el de las Universidades, a través de la conversión de las Escuelas ya existentes, que en parte recibieron el adjetivo de Superiores. En Madrid se encontraban las de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Arquitectura, y Minas; en Aranjuez estaban los Agrónomos; en Villaviciosa de Odón los de Montes; y, los centros relacionados con Ingenieros Industriales, además de en Madrid, se encontraban en Barcelona, Gijón, Sevilla, Valencia y Vergara.

Una característica de todos estos centros era que el ingreso exigía pruebas muy difíciles. Por ello, hubo escasez de graduados en ingeniería, lo que convirtió a los que culminaban estos cursos, en dignos de admiración social. Recordemos a Pete Rey, personaje de la obra de Galdós, Doña Perfecta. Y en todos estos centros, de una u otra forma, se cursaban estudios de economía, con textos puestos al día en el mundo occidental, como sucedió con lo que llegaba de la Escuela de Lausana, de la mano de Pareto y Walras –por cierto, expuesto todo lo que significó este último, de forma extraordinaria, por el profesor Segura–. Los profesores y los preparadores para el ingreso en esas Escuelas seguían los avances del marginalismo, que entonces permanecían ocultos para los catedráticos de Economía en las Facultades de Derecho.

Por eso, los jóvenes que habían recibido esta formación pasaron a tener una franca postura política para intentar reorientar la economía española. Claro que, más adelante, muchos de estos ingenieros fueron protagonistas de una rectificación de tipo crecientemente proteccionista. Lo exigían precisamente las empresas en que pasaban a trabajar y, por ello, se veían en la obligación de proteger el intervencionismo, los corporativismos y las cartelizaciones. Basta consultar la colección de la Revista Nacional de Economía, para observar esta postura proteccionista, y que enlaza con el ambiente político –a partir de Cánovas del Castillo–, que también vemos en los catedráticos de Economía de las Facultades de Derecho, incluido Flores de Lemus. Aunque, naturalmente, enfrente estaba otro conjunto, que había seguido el mensaje de ese tipo de estudios, caso de Gabriel Rodríguez y no digamos de Echegaray. Pero, cuando triunfó, a partir de 1957, la política económica encabezada por Ullastres, desapareció toda esa postura anterior que únicamente defendió el ingeniero Antonio Robert, en su libro Un problema nacional: la industrialización necesaria.

Al enlazar tecnología, matemáticas y economía, hemos vuelto a una situación parecida –para el mundo de los ingenieros–, a lo que se debatía en la famosa tertulia del Café Suizo, donde acabó triunfando la postura vinculada a una frase de Gabriel Rodríguez, quien señaló las dos vertientes que enlazan a Ingenieros y la Economía: «Microeconomía en cada proyecto y en cada obra concreta, y macroeconomía en la planificación general».

Juan Velarde Fuertes es catedrático y economista.