Guerra en Ucrania
Ucrania: cambian las tornas
Para Putin, el problema militar por excelencia ha sido generar refuerzos. No se atrevía a proclamar una movilización general y, por ende, a llamar guerra a la guerra
Entre el lunes 5 y el domingo 11, un contraataque «relámpago» ucraniano les infligió a las fuerzas rusas una rotunda derrota que lanzó a la desbandada a las tropas invasoras, huyendo en dirección a la próxima frontera, abandonando intactos toda clase de armas y bagajes para delicia y futuro uso de los ahora atacantes, que han tenido siempre que combatir en inferioridad de condiciones respecto a sus, en aquel momento, despavoridos enemigos, los cuales llegaron incluso a deshacerse de los uniformes para camuflarse como civiles. Los hechos tuvieron lugar en torno a la ciudad de Járkiv y en la parte oriental del óblast (provincia) del mismo nombre, colindante con Rusia, en la zona centro-oriental del país. La ciudad es la segunda de Ucrania, cabeza extraoficial de los ucranianos rusoparlantes, pero del todo bilingües, como el presidente Zelenski, nativo de la zona. Fue, el 24 de febrero, uno de los puntos de entrada de las fuerzas invasoras. No la consiguieron conquistar pero no se han privado de bombardearla incesantemente, con lo que las destrucciones han arrasado ya una buena mitad de los edificios urbanos. Es fácil de imaginar el contento de estos hablantes del ruso como idioma familiar con la que pretende ser su liberadora y madre patria. La arremetida ucraniana ha liberado a este residuo de gran ciudad de la acción de la artillería próxima. Un alivio sólo parcial, porque 20 Km más allá, desde el otro lado de la frontera, armas y municiones de mayor alcance continúan, de manera menos precisa, su trabajo de demolición.
El contraataque reconquistó, en esos seis días, 3.600 km2, en un país de 600.000, un 20% más grande que España (archipiélagos incluidos). El empuje del país agredido ha continuado con nuevos avances en zonas de la región de Donbás, en el SE, donde las tropas rusas, que no se han desmoronado, luchan a su vez por ampliar su territorio en unos pocos kilómetros. Los combates más duros y decisivos se siguen dando en el frente meridional, en torno a la ciudad clave de Jersón y la parte occidental de su óblast.
Ese mantenimiento de las líneas de contacto en el sureste y el sur le ha bastado a Putin para proclamar que nada importante, mucho menos catastrófico, ha sucedido en su «operación militar especial», un mero incidente que no cambia nada, y descalificar como propaganda falaz la magnificación del espectacular e inopinado éxito militar ucraniano, que Occidente se ha apresurado a considerar como un definitivo punto de inflexión en la guerra. Al fin y al cabo, da a entender, todo ha sido cortesía rusa, desconcertada por el factor sorpresa enemigo, en un punto desguarnecido por la baja intensidad de los combates, reducidos al paulatino pero constante bombardeo de Járkiv.
La transcendencia del episodio se hace visible en la reacción del Kremlin, que desmiente las palabras de su inquilino y pone en evidencia lo que ya era obvio: El talón de Aquiles de la aventura rusa reside en el reclutamiento. Por delante, por supuesto, están las múltiples deficiencias de todo tipo de las fuerzas militares rusas, que habían pasado completamente desapercibidas a la cúpula putinista, pero también, en gran medida, a los servicios de inteligencia occidentales. A pesar de que demográficamente Rusia es el triple de Ucrania, el gran esfuerzo movilizador de Kiev ha puesto sobre el terreno un número de combatientes algo superior al de los invasores, cuyas bajas pueden llegar a duplicar las del bando que se defiende.
Para Putin, el problema militar por excelencia ha sido generar refuerzos. No se atrevía a proclamar una movilización general y, por ende, a llamar guerra a la guerra, sin apearse de la ficción de «operación militar especial», que pretende trasmitir a sus conciudadanos la ilusión de que el país no está en guerra, lo que ha sido una de las bases fundamentales de los altos índices de aprobación de que ha venido gozando. Pero se le han echado encima la realidad y los militantes nacional-imperialistas que lo desbordan por la derecha, abiertamente críticos, que no se ha atrevido a reprimir, como implacablemente hace con los que manifiestan oposición a la guerra, y, finalmente, en su discurso a la nación del miércoles 21 ha dado el paso de anunciar una «movilización parcial», precedido el día anterior por la aprobación en la Duma, su parlamento sí-señor, de una serie de feroces medidas contra los que intenten zafarse del reclutamiento, los que se rindan en el frente, los que deserten, los que lo critiquen, etc. El elemento de desesperación es también perceptible en otra serie de disposiciones, como el anuncio de inminentes referenda en cuatro óblasti del Sureste y el Sur, que parcial e imperfectamente controlan sus tropas, para incorporarlos a la nación rusa y de esa manera cubrirlos con el derecho ruso, que puede llegar hasta legalizar el uso supuestamente defensivo de armas nucleares tácticas frente a peligros a la nación. El clamor universal está servido, en el preciso momento en el que se reúne la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sí, la operación ucraniana de comienzo de mes ha sido un punto de inflexión en la guerra.
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