Amor romántico
Tamara
Tamara es como una virgen gótica, la piel fina y blanca y la lengua afilada por detrás, como le han enseñado los confesores de la Iglesia
El mismo día en que las elecciones de Italia sucumbieron al verbo de los editoriales y los comentaristas de la radio y la televisión, mientras unos decían que Meloni era como la Mariuña de Conil, que es una bruja que se esconde en los pozos, y otros defendían un futuro de pragmática moderación, un hada que acabará con lo «políticamente correcto», España entera estaba pendiente del culebrón de Tamara Falcó. No se hablaba de otra cosa, que diría Anson. La foto fija del país era un cotilleo que lo soleaba todo, un anticiclón rosa que lo mismo calentaba la tertulia del bar que la cola de la pescadería. Apenas unos pocos en España hablaban de Meloni y los que lo que se atrevían lo hacían con chistes y alusiones fáciles a su apellido. ¡A quién se le ocurre apellidarse Meloni en casa de El Fary! ¡Ni Santiago Abascalini, tan solemne, escapa de la caricatura!
Tamara Falcó ha sufrido la cogida de la infidelidad del que iba a ser su marido en plena plaza, delante de todo el mundo. En España se tiene mucha consideración por los cornudos, y las cornudas, pues uno cree que si nos se los han puesto un día seremos cabeza de astado ante los que los demás se dan codazos.
Esto que no está bien ni mal, o a lo mejor sí, dice tal vez que vivimos, como en Italia, en la geografía del pitorreo. Meloni y Tamara se han convertido en dos heroínas que han vencido a los machos, el primero por exceso de bótox, Berlusconi es el macho al que le queda grande cualquier anuncio de preservativo, y, el segundo, por exudar demasiada testosterona, tanta que no le bastaba la frágil Tamara y sus domingos de misa sino que necesitaba del ardor de una modelo brasileña.
Tamara es como una virgen gótica, la piel fina y blanca y la lengua afilada por detrás, como le han enseñado los confesores de la Iglesia. Se ha convertido en sexy sin quererlo. Ante eso, Meloni, en España, no tiene nada que hacer pues aquí lo que prima es el perdón de Tamara, no al don Juan, sino a sí misma. Por eso nos quedamos solos hablando de Italia cuando la noticia estaba, una vez más, en casa de Isabel Preysler.
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