Guerra en Ucrania
Putin, al ataque: tercer viraje
La neta superioridad ucraniana en voluntad de combate se ha enfrentado a una baja calidad y motivación de las tropas rusas
Al ataque está desde el 24 de febrero. Lo que ahora trata de hacer es «arrebatar la victoria de las fauces de la derrota», según frase hecha en inglés, utilizada por Alexander Vershbow, antiguo Secretario General de OTAN y posterior embajador americano en Moscú, en entrevista para el semanario The New Yorker. Y sigue: El líder ruso espera «poder debilitar el consenso en la Alianza y asustar al Oeste para que dé marcha atrás en su apoyo militar a Kiev, por temor a precipitar el uso de armas nucleares por parte de Rusia, para defender la ‘patria’. El sabotaje de los gasoductos Nord Stream refuerza la imagen de Putin como loco, que podría persuadir a algunos aliados para que presionen a favor de un alto el fuego y de negociaciones que inevitablemente significarían que Ucrania cediese gran cantidad de su territorio». Al respecto, viene a cuento recordar lo que Nixon decía cuando negociaba con Vietnam del Norte: Conviene que lo tomen a uno por loco, para que teman que es capaz de todo. No es literal, pero casi, y sí lo es que el Norte se tragó al Sur e hizo que se lanzaran al mar decenas de miles de vietnamitas que huían desesperadamente de su nuevo destino: la boat people, la desgraciada «gente de los barcos».
Por tercera vez, e in extremis, Putin cambia de estrategia. Primero fue liberar a los ucranianos de un régimen nazi, encabezado por un judío, hablante por familia del ruso, cuyos abuelos habían sido asesinados en la II GM por alemanes nazis de verdad, y restituir a estos rusos extraviados al redil del Mundo Ruso, al que pertenecían por naturaleza, por el que supuestamente suspiraban y del que nunca deberían haberse apartado, aprovechando la oportunidad de la gran laxitud de la parte europea de OTAN para, de paso, introducir una cuña mortal entre Europa y USA. No fue así. Los ucranianos no estaban por la labor, sino que estaban dispuestos a morir por todo lo contrario. La invasión les hizo ver a los europeos lo que se les venía encima y rejuveneció en todo su vigor los decrépitos vínculos atlánticos y el liderazgo insustituible de los Estados Unidos. No sólo la realidad de Ucrania y OTAN fue exactamente la inversa de la que Putin se había imaginado, sino que también el estado de sus fuerzas armadas y la ejecución militar de sus grandiosos planes chocaron frontalmente con sus cálculos. Cambio de rumbo. Resulta que nazis hoy día son todos los ucranianos que se dicen tales y niegan su íntima y obvia realidad de ser rusos y nada más que rusos. Esto Putin lo proclama a los cuatro vientos. No basta cambiar de régimen, a lo que se resisten como gatos panza arriba. Lo propio es exterminarlos. De momento hay que concentrase en las regiones del Este-Sur y del Sur-Este donde la población supone que le es más favorable porque hay más ciudadanos cuyo primer idioma es el ruso, aunque casi en ninguna parte mayoría absoluta, y ya hay dos óblasti (provincias), Donetsk y Luhanks, donde Moscú ha sostenido, con directa participación, una guerra secesionista desde 2014, en la que se han perdido 14.000 vidas, y que en inmediatas vísperas de la invasión reconoció como «repúblicas populares» independientes y que ahora, en simulacros de referenda, se anexiona junto con otras dos meridionales, contiguas hacia el Oeste. No sólo cambio de objetivo sino también de método. Ahora se trata de bombardear ciudades. Y así, Mariúpol, costera de la parte Este del Mar Negro, 450.000 habitantes antes de la guerra, es reducida a pavesas, con unos 20.000 muertos, 500 en el principal teatro de la ciudad, con camiones recogiendo de las calles cadáveres de civiles y desertizada por los que han podido huir. Las bombas no discriminan por idiomas y si había más rusoparlantes más rusoparlantes habrán muerto, lo mismo que en Járkiv, segunda ciudad del país, donde la mitad del trabajo de demolición ya está hecho. Por eso en Odesa, tercera ciudad, un millón, con un 30% con el ruso como lengua nativa, se sienten horrorizados por las perspectivas de liberación, que no dejan de llegarles de vez en cuando en forma de bombardeos desde el mar.
En esta segunda fase, el ejército ucraniano ha constituido otra gran sorpresa por su inusitada capacidad combativa, con ayuda occidental, frente a la abrumadora superioridad artillera rusa. Ha soportado un gran número de bajas y, a pesar de todos los pesares, ha conseguido causar un número mayor a sus enemigos. Rusia, por su parte, ha confirmado una incompetencia militar, apuntada ya en el desarrollo de la invasión, bastante sorprendente. La neta superioridad ucraniana en voluntad de combate se ha enfrentado a una baja calidad y motivación de las tropas rusas, puesta de manifiesto en el desplome del frente de Járkiv a comienzos de septiembre. Por lo tanto tercera fase: lo que no ha conseguido hasta ahora por medios militares amenaza con conseguirlo con más carne rusa de cañón, violaciones palmarias de las leyes internacionales y demostraciones bajo las olas del Báltico de todo lo que es capaz de hacerle a occidente: En una palabra, tercera guerra mundial. No oponerse, sino ceder, es lo que la haría más probable. Pero ¿Cuál sería el bando de Putin?
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