Clima

Actuar o morir

La Organización Mundial de la Salud estima que la emergencia climática es la mayor amenaza para la salud a la que se enfrenta la humanidad

Araceli se levanta las solapas de la gabardina cuando sale del coche. Hay un viento frío que estira la piel y exige abrigo. Qué cosas, se dice, ayer estaba en la playa, paseando bajo un sol tibio y con el agua a una temperatura inusualmente alta. Hasta se metió a mojarse los tobillos. Hoy, de repente, sopla un viento frío que parece de invierno.

Venía en el coche escuchando la radio y además de la broma de Jorge Javier para alcalde socialista de Madrid, que le pareció simpática hasta que se empezó a preocupar porque el tipo se lo había creído y, muy serio, salió a desmentir lo que no era sino una gracieta, estaban hablando de la emergencia climática. Que ya no es cambio, piensa, hay que llamarlo por su nombre, emergencia. Por lo visto el domingo, comienza la nueva cumbre sobre el clima, la COP27 en Egipto, en ese lugar que ella tantas veces ha visto en los folletos turísticos, que se llama Sharm-el-Seijkh, asomada al mar Rojo y paraíso de buceadores. Que saben bien, por cierto, cómo la vivísima masa de coral de aquellas aguas se está muriendo también por el aumento de la temperatura del mar.

En la cumbre, por lo visto, van a hablar de la llamada brecha de la adaptación, que es lo que falta para que los países que más están sufriendo el cambio climático, los costeros pobres, los de economías debilitadas, los que llamamos en vías de desarrollo, puedan alcanzar los recursos suficientes para adaptarse a las consecuencias del cambio. El acuerdo de la cumbre de Glasgow, la anterior sobre el clima, fijaba unos fondos de los ricos a los pobres de alrededor de 40.000 millones de euros para 2025. Dice la ONU que no se ha llegado ni a los 29.000, o sea, que vamos más despacio de lo previsto. Y de lo necesario. Escuchaba Araceli en la radio al secretario general de la ONU que es urgente aumentar la inversión mundial en adaptación para salvar millones de vidas de lo que el propio Guterres llama «carnicería climática».

Araceli es consciente de que esto del aumento de la temperatura de la tierra no es un asunto menor. NO es que suba un grado el ambiente, y notemos más calor. Es que con poco más se derriten los glaciares. A día de hoy, un tercio de los que son patrimonio de la humanidad habrá desaparecido en dos décadas. En el ártico, no solo se vive el deshielo sino que están creciendo los incendios de manera alarmante por el aumento de las temperaturas. Las inundaciones, los tornados, las tormentas inusualmente intensas en zonas en que no son habituales, o el calor que se está viviendo, por ejemplo, en Europa son fruto de la misma tendencia del clima alterado.

La Organización Mundial de la Salud estima que la emergencia climática es la mayor amenaza para la salud a la que se enfrenta la humanidad. Puesto en cifras, entre 2030 y 2050 podrían morir más de 250.000 personas en todo el mundo como consecuencia de las modificaciones en las características de enfermedades por culpa de la alteración del clima. El último informe del llamado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático es muy alarmante en sus conclusiones. Los científicos estiman que las disrupciones están afectando a millones de personas, sobre todo por el aumento de episodios meteorológicos extremos. Araceli tiene la sensación de estar en uno de ellos con estos cambios bruscos en pocos días. Recuerdan los expertos que el hielo perdido en los grandes glaciares no va a volver, como tampoco a descender el nivel del mar. Y la subida del nivel de algunas zonas costeras, donde vive el 40 por ciento de la población humana, empieza ya a provocar desplazamientos que en poco tiempo pueden ser masivos. Y toda esta gente, piensa Araceli, va a necesitar ayuda.

Como los que se van a ver privados de su dieta alimenticia habitual por el cambio en las condiciones de los cultivos, tan sensibles a las variaciones climáticas: cambia la atmósfera, cambia también la tierra y todo eso arrastra a una pérdida considerable de calidad alimentaria.

Por eso tiene sentido lo que pide la ONU para la conferencia que empieza mañana hasta el día 18 en Egipto: «las naciones industriales deben abordar la compensación por pérdidas y daños a los países más vulnerables y menos adelantados». Hay que parar las máquinas de la contaminación y activar las de la solidaridad internacional.

A Araceli le asusta todo esto. NO cree que sea alarmismo o exageración este panorama de destrucción y crisis permanente en que podemos estar entrando si no actuamos a tiempo.

Lo peor es que tiene la sensación de que todo esto, que en las ciudades no se toca, no se sufre, no se experimenta entre el cemento y los ladrillos, no forma parte de la agenda prioritaria de los que gestionan la cosa pública. Con tanta crisis inmediata, tanta inflación y esa guerra que aprieta en Europa y desangra Ucrania, parece como si se nos hubiera nublado la perspectiva.

Ojalá la cumbre del clima sirva para algo más que reunir quejas y propósitos para incumplir.

Nos va en ello la vida. La nuestra y la de nuestros hijos.