Goya

Las majas

Ahora, cuando estamos en guerra de nuevo, cuando el planeta gime con problemas de supervivencia, llegan dos bárbaros del siglo XXI y atacan los cuadros tan azarosamente nacidos y conservados

Es verdad que el sexo está en el cerebro. Las majas de Goya no son sensuales o a mí no me lo parecen, pero muchos hombres las visitaron con ansia obscena en el gabinete privado del primer ministro Godoy, que las había encargado a finales del siglo XVIII y las enseñaba como imágenes de Venus, junto con la del espejo de Velázquez y dos copias de Tiziano. El grabador Pedro González de Sepúlveda, que acudió con Juan Agustín Ceán Bermúdez y el arquitecto Pedro de Arnal, hace la primera mención en 1800: «Una venus desnuda de Goya pero sin divujo [sic] ni gracia en el colorido». La maja desnuda es muy dieciochesca y algo rígida, nada que ver con el Goya de la ermita de San Antonio o las pinturas negras. Tiene un extraño canal intermamario, exageradamente amplio, que deja los pechos en postura imposible y las piernas resultan cortas para el torso, pero la chica, que levanta los brazos bajo la cabeza, se ofrece de tal manera al espectador que parece que va a alzarse y logra hacerse inolvidable.

Los monseñores de la Inquisición participaban de la mirada masculina y se incautaron en 1814 de las pinturas, por considerarlas lúbricas. Intervino y consiguió dar carpetazo al asunto el cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, con la única condición de no exponer las obras al público. Hasta 1901, en que se colgaron en El Prado, permanecieron escondidas en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Muy fascinante es el debate de quién sea la dama retratada, que durante siglos se rumoreó pudiera ser la duquesa de Alba. La noble tenía sin embargo 40 años en 1800 y estaba ya enferma; tampoco se parece físicamente a los cuadros, excepto en el peinado rizado y negro, muy de la época. Sí se asemeja la maja desnuda a Pepita Tudó, amante y después esposa de Godoy, uno de cuyos retratos cuelga en el Museo Lázaro Galdiano.

Las maravillosas majas de Goya han poblado la literatura europea y el imaginario colectivo. Dicen los expertos que la pincelada es espléndida y el blanco de las telas sobre los cojines anuncia el impresionismo. Sobrevivieron a la Guerra de Independencia, en la que los franceses esquilmaron nuestro patrimonio más que la propia guerra civil. Superaron la persecución del Santo Oficio y la enemiga de Fernando VII a Pepita Tudó. Ahora, cuando estamos en guerra de nuevo, cuando el planeta gime con problemas de supervivencia, llegan dos bárbaros del siglo XXI y atacan los cuadros tan azarosamente nacidos y conservados. La belleza alumbrada de las manos de un pintor tozudo queda amenazada justo por quien dice defender la belleza.