Sanidad
Una cita médica
Soy decidido partidario de la sanidad pública. Pero esto me va a obligar a acudir, contra mi voluntad y mi escuálida cuenta bancaria, a una clínica privada
Contaré hoy mi caso, si me lo permiten, porque es el que tengo más a mano. Es más que un asunto personal. Refleja, creo, lo difícil que es conseguir una cita médica para que te atienda un especialista. Digamos que hablo de Madrid y de Oftalmología. Advierto que esto no es una queja ni una súplica. Me hago cargo de la sobrecarga y saturación que deben soportar algunas consultas hospitalarias tras el largo parón de la pandemia. Comprendo el malestar de la calle y el agobio de los profesionales de la sanidad, desbordados y mal retribuidos en muchos casos. No trato de unirme al coro del alboroto político contra Ayuso. No creo que los servicios sanitarios de Madrid funcionen peor que en otros sitios de España. Y estoy convencido de que la sanidad española es una de las mejores del mundo. Pero una cosa no quita la otra.
Cuento ya mi caso. Llevaba tiempo notando trastornos en la vista. Hace dos meses me encontré con un oftalmólogo amigo. Me miró y me dijo: «Tienes cataratas, conviene que te operes cuanto antes». Desde entonces esto ha empeorado por momentos. Pedí cita en mi centro de salud. El pasado día 15 me atendió mi doctora, una buena profesional. «Ando como un zombi», le dije. Después de mis explicaciones, solicitó inmediatamente una cita preferente con Oftalmología de Puerta de Hierro, que es el hospital que me corresponde. Dos días después, el 17, jueves, sonó el teléfono de casa a las diez de la mañana. Llamaban de Sanidad de Madrid. Una mujer, con voz amable, me comunicó que mi cita con el oftalmólogo sería el 25 de abril de 2023, a las 13.50 horas. ¡Cinco meses y pico de espera! ¡Casi medio año!
Me quedé anonadado. No quiero imaginarme cuánto tiempo pasará después de esta primera cita primaveral para que me den la cita definitiva y me quiten estas malditas cataratas que me hacen la vida imposible. Me acordé de mi madre que pasó casi ciega los últimos años de su vida. La vida que me queda, pensé, estará envuelta en la niebla. A partir de ahora me costará distinguir el rostro de mi vecino cuando me lo encuentre en la calle. Veré entre la niebla las primeras sonrisas de Lope, mi último nieto, y los goles de España en Qatar. Espero no tropezar, besar el suelo y romperme la crisma este invierno. No tengo ningún seguro médico. Soy decidido partidario de la sanidad pública. Pero esto me va a obligar a acudir, contra mi voluntad y mi escuálida cuenta bancaria, a una clínica privada.
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