Política

Robarán las urnas y te llamarán ladrón

Desde Adriana Lastra no se había escuchado en el Parlamento un insulto a la inteligencia tan brutal

Nos dice Geles, esposa, madre y abuela, es decir, veterana en esto de aguantar al socialismo patrio, «que reza por España», mientras suena el carrillón navideño que alegra e ilumina la Gran Vía de Majadahonda. Y en Madrid, en el Ratito, blanco de Rueda y ración de pulpo a la gallega mediante, que acolcha mucho los encontronazos, un varón de buen talante, comercio agradable y concepción amable de la vida agita, con gesto adusto y verbo vehemente, el fantasma de un fraude electoral de las izquierdas con el voto por correo. No es la rabia la que habla por su boca y le cierra las entendederas a cualquier argumento técnico sobre la dificultad de un fraude electoral, es el miedo. Mientras se aleja, que suele recogerse pronto, espeta: «Nos robarán las urnas y, encima, nos llamarán ladrones». La frase, olvidada, me restalló como un latigazo en el cerebro cuando desde la bancada socialista compararon a la oposición y a los jueces con los golpistas de Tejero. Desde Adriana Lastra, cuya concepción del decoro político es perfectamente descriptible, no se había escuchado en el Parlamento un insulto a la inteligencia tan brutal. Y más, viniendo del partido que más golpes de Estado ha intentado en España en el siglo XX, todos, por cierto, fracasados –si no contamos el fraude electoral de febrero del 36–, aunque el de Casado y Besteiro, en marzo del 39, consiguiera el objetivo de liquidar la República y entregar a sus combatientes a Franco atados de pies y manos. A todos no. Los principales gerifaltes su pusieron a salvo o ya estaban refugiados en Francia, como Indalecio Prieto, experto en darse el piro cuando las cosas se ponían mal. Honra a Besteiro que permaneciera en Madrid a enfrentar el cierto pero injusto destino. Ciertamente, la demagogia del PSOE siempre ha sido demoledora, no hay más que acordarse de ese mantra del «ya hace diez años que ETA no mata», mientras rebuscan en las alacenas de las embajadas cualquier plato, servilleta o tenedor que recuerde a Franco, que se murió hace más de cuarenta años. Son los mismos que escupen a la cara de los judíos el infamante epíteto de «genocidas» y que siempre encuentran una atenuante tramposa para las cochinadas de su bando. Los mismos que hablaban de la blandura del Código Penal con la corrupción mientras el Tribunal Supremo le encalomaba 40 años y tres meses de prisión a uno de los alcaldes populares de la Gürtel. Los mismos, en fin, que han acuñado el término «socialdemócrata de derechas», para quitarse de encima el trapicheo de una correligionaria griega. Y no se les cae la cara de vergüenza, aunque afirmen hoy una cosa y mañana hagan la contraria. Y ojito con quejarte, que, entonces, deslegitimas las urnas, impulsas la violencia política, prevaricas si eres juez y aplicas el bodrio de ley que han perpetrado o, directamente, abusas del pueblo, como las eléctricas, por jugar con las cartas marcadas que ellos mismos han repartido. Cambian las normas, las reglas del juego, los reglamentos, las leyes a su conveniencia, pero los fachas son los otros... Y uno entiende a Geles, que por toda acción contrarrevolucionaria ruega a Dios por el futuro de España, y a mi contertulio, que, ante los hechos, está convencido de que a Sánchez no se le saca de La Moncloa ni con agua caliente y tiene miedo, un miedo cerval, a que hagan trampas con las urnas.