Casas reales
La caída de la casa Windsor o cómo Harry fue el rey Gaspar
En esta época de razón esquiva, y «arturotarismo» woke, Harry es Blancanieves y su hermano, la bella madrastra, con lo que ya tiene recorrido el camino de la simpatía popular
Malos tiempos para las metáforas monárquicas. Los únicos salvados de la quema, los Reyes Magos, ya se fueron, dejándonos de nuevo la melancolía dorada de unas barbas. Hoy que (casi) todos llevamos barba por lo «cool» que se ha vuelto la pereza –he ahí el chándal–, las barbas nos dicen menos pero raspan más, que es hacernos llorar, blandengues machos alfa, con solo bruñir un estribillo. Mientras los Reyes se retiran a sus aposentos, un aprendiz de príncipe valiente, lo que en tiempos se diría un «calzonazos», el tal Harry, emprende una guerra contra su propia dinastía por el error divino de nacer el segundo. Ya lo decían los oráculos. El niño no tendría que haber sobrevivido a alguna mordedura de sus visitas a África, o algún mal garrafón, ni siquiera a una sífilis, pues era de natural mujeriego y borrachuzo, como un Enrique V enseñado por Falstaff, pero para eso está Blancanieves, para volver del revés los cuentos contra el sucesor legítimo.
En esta época de razón esquiva, y «arturotarismo» woke, Harry es Blancanieves y su hermano, la bella madrastra, con lo que ya tiene recorrido el camino de la simpatía popular. Lo que se lleva es que los príncipes salgan rana y, a ser posible, ranos, transranos, marranos, como el que nos ocupa, aquel que en vez de dejarse mecer por su destino ha preferido ser ecologista a pesar de deambular en avión privado; antimilitarista, y eso que mató el muchacho a veinticinco talibanes; feminista y eso que rajó putero y no denunció cuando su hermano mayor, el tío tío, le dio dos leches por gili, o sea, por el mero hecho de ser él.
Para qué mentir, la casa Windsor se tambalea, zozobra como en los tiempos de María de Escocia y cuando el Delfín o nuestro Felipe II planeaba comerse toda Inglaterra. Enrique, que mal nombre eligieron para hacerle rey de la inmundicia amarilla, comandante en jefe de la bilis que los acomodados lanzan contra gente como él. Supo salvarse. Hasta que Meghan, la mulata con la que desposó, lo deje en su desnudez pelirroja y solo encuentre acomodo como rey Gaspar en la cabalgata de Madrid. Si lloráramos ahora por las veces que nuestros hermanos nos pegaron o nosotros peleábamos con ellos, las ciudades serían absurdos lagos de remordimiento y nuestras estirpes se habrían borrado de la faz de la Tierra. Harry es un pijiprogre que se bambolea en Julio Iglesias después de ser uno de los hermanos de Oasis. Caín más que Abel, un príncipe que ahora es una galleta que un día se quedará sin relleno.
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