Brasil

De la utopía a la «premacrisis»

El plácido final del siglo XX nos dejó confiados y poco preparados para el intenso arranque del XXI que contenía

Repetía Niemeyer que «la característica principal de una obra de arte es el asombro». Y, tan en serio se tomó su afirmación, que el arquitecto sorprendió al mundo creando Brasilia. La utopía de la capital de Brasil, urbe planificada, emblema de la modernidad e icono-resumen de las aspiraciones de mediados del siglo pasado, se ha convertido estos días en el escenario de la barbarie golpista de los seguidores de Bolsonaro y ha vuelto a destapar un enero intolerante, antidemocrático y forjado a impulsos populistas. El ataque, perpetrado en la mismísima plaza de los Tres Poderes a imagen de aquel que sacudió a Occidente en el Capitolio, se consolida como un nuevo episodio, el último hasta que llegue el siguiente, de eso que los expertos han denominado «permacrisis». Que así, rodeados de dificultades y trances, representa el retrato más certero de los tiempos que vivimos: un largo periodo de inestabilidad e inseguridad fruto de varios eventos catastróficos que se solapan. Definición literal del término y retrato fidedigno de nuestra era.

El plácido final del siglo XX nos dejó confiados y poco preparados para el intenso arranque del XXI que contenía, sin tregua, la Gran Recesión, una pandemia global, la guerra de Ucrania, una creciente emergencia climática y convulsiones epilépticas del orden geopolítico. Una gran crisis que, en realidad, son muchas. Pero ¿y si eso de la «permacrisis» no fuera más que una versión de la burbuja de lamentos que nos rodea? ¿Y si, en realidad, lo que sucede alrededor y sacude a la opinión pública no fuera más que lo normal? ¿Y si lo excepcional fue la segunda mitad del siglo XX que, catapultada e impactada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, extrajo lo mejor de la Humanidad y encontró una esperanza en fórmulas como el sueño de Brasilia? El mundo actual está obligado a descubrir la suya, su propio acicate, para afrontar incertidumbres e inestabilidades. Aunque esperemos que, para lograrlo, no sea necesaria una palanca de cambio tan dramática.