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La niña Greta se nos hace mayor

Mientras la sueca lucha contra una mina de carbón, en España se miran mal los molinillos

Greta Thunberg anda estos días por Alemania, por Renania, tratando de frenar la expansión de una mina de lignito a cielo abierto. El caso es que la compañía minera, RWE, ha comprado el pueblo vecino, ha desalojado a sus 1.500 habitantes y se dispone a trasladar al enclave su Bagger288, una excavadora gigantesca fabricada por la Krupp que extrae hasta 240.000 toneladas de carbón al día. Como verán, todo suena muy alemán. Tienen los lectores en internet suficientes imágenes de la mina a cielo abierto de Garzwailer, una de las más grandes de Alemania, como para hacerse una idea bastante exacta de lo que va quedar del paisaje de Lützerath, que es como se llama el pueblo, aunque también valdrían unas fotos de Marte. Pero el gobierno germano, con sus verdes incluidos, anda escaso de gas ruso y sobrado de antidisturbios y se dispone a dar la batalla contra unos ecologistas que, así, de repente, se han quedado sin partido al que votar. Ayer, la joven Greta, que se nos va haciendo mayor, animaba a los manifestantes a romper los cordones policiales y clamaba al grito de «¡la minería a cielo abierto es como Mordor!» contra unos políticos atrapados en sus propias contradicciones. Una crueldad mental, porque Greta sabe perfectamente que un gobierno que hace pasar frío a sus ciudadanos tiene las mismas perspectivas de éxito que los de Edmundo Bal. No hay más que ver cómo en España, nuestra ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, la misma que decretó la emergencia climática, se apresuró a subvencionar los combustibles de automoción antes de que le estallara al Gobierno una rebelión en serio del Transporte por carretera, con la anuencia de la opinión pública, que hay mucho desconcienciado que usa el coche para todo. A uno, que, hay que confesarlo, era un hereje climático y ahora es un converso del inminente apocalipsis del calentamiento global, hasta el punto de tener en la mesa un catálogo de coches eléctricos bajo el retrato enmarcado de José Luis Martínez Almeida, qué inspiración, esta falta de narices de nuestros políticos le llenan de santa indignación. Porque, a ver, o nos tomamos en serio la amenaza que supone el CO2 o la ciudadanía va a pensar que todo esto es una superchería más para sacarle los cuartos. Y hay preocupantes señales en el horizonte que la ministra Ribera no debería despreciar, porque nos jugamos el futuro del planeta tierra y no tenemos otro de recambio. Así, es imperativo meter en cintura a esos pseudoecologistas que se oponen a la proliferación de las centrales eólicas o de los huertos solares y no cabe más que aplaudir con admiración entusiasta el proyecto del Ejecutivo de suprimir los informes de impacto ambiental cuando de plantar molinillos y placas se trata. Por no hablar de la eólica marina, que, es cierto, el golfo de Rosas o las Rías Bajas tendrán bellas vistas, pero de alguna manera tendremos que sustituir el gasóleo, la nuclear, el gas, la hidráulica y el carbón para conseguir la meta de cero emisiones. Además, los de la España vaciada son pocos y cuentan menos en las urnas. Y créame, señora ministra, que si cierras los ojos cuando pasas por la Muela, antes de enfilar el valle del Ebro camino de Zaragoza, pues los molinos tampoco molestan tanto. Así, podremos dejar de importar gas ruso a espuertas, que somos, creo, aliados de Ucrania y Putin hace caja.