Política

Feijóo reinventa a Duverger pero nadie le hará caso

Maurice Duverger (1917-2004) ya lo explicó hace muchos años: «los diversos sistemas electorales no son instrumentos pasivos que registran pura y simplemente la opinión de los votantes: también contribuyen a darle forma, a modelarla de una manera determinada, diferente en cada uno de ellos». La cita procede de un manual clásico de teoría política, quizá el más utilizado en la Universidad española en los años setenta del siglo XX: «Instituciones políticas y derecho constitucional», que en España incluía una breve introducción de Jordi Solé Tura (1930-2009), uno de los padres de la Constitución del 78, que primero fue diputado del PCE y más tarde ministro con Felipe González. Duverger, francés para los ignaros –hay que leer «Pasión por la ignorancia», de Renata Salecl» (Paídós)–, fue el primero que estableció una correlación entre los sistemas electorales y la geografía y cantidad de partidos políticos en cada país. Son los métodos electorales los que determinan que haya dos, tres o muchos partidos en los parlamentos, más que las preferencias de los votantes.

Las ventajas o los inconvenientes de un bipartidismo –perfecto o imperfecto– y las del multipartidismo son tan discutibles como el sexo de los ángeles. Sin embargo, ambos fenómenos dependen del sistema electoral. Alberto Núñez Feijóo en su camino hacia la Moncloa –puede llegar, pero nada ni nadie lo garantiza– acaba de proponer que en los ayuntamientos sea elegido alcalde el cabeza de la lista más votada, es decir, el ganador de las elecciones. Parece natural y casi obvio, pero el sistema electoral actual lo dificulta con frecuencia y da origen a coaliciones «contra» alguien. Es democrático y legítimo, pero chirría si tuerce la voluntad de los votantes que, en su inmensa mayoría, no acuden a las urnas con una calculadora para que su voto se combine con otros y así se elija un alcalde. Algo parecido, quizá más matizado, podría decirse de los parlamentos autonómicos y también del Congreso de los Diputados. La existencia de numerosos partidos –y el protagonismo de Unidas Podemos y Vox– es el resultado del sistema electoral más que de la voluntad popular, aunque suene fuerte. No es popular, pero es así. La propuesta de Feijóo –y él lo sabe– no tiene ninguna opción, pero está ahí. Por cierto un sistema electoral como el español de listas cerradas «llega a privar a los electores de escoger a los elegidos y se traslada a los comités electorales que confeccionan las listas», como ya explicó a mediados del siglo XX el propio Duverger.